Pregón María Teresa Bueno Ortíz. 2006

 
INTRODUCCIÓN
 
Quiero comenzar mi intervención agradeciendo a la agrupación de cofradías y a nuestro párroco, D. José Luís Torres, la confianza que han depositado en mí al pedirme ocupar este lugar donde dirigiros este pregón, en el que se nos anuncia el comienzo de la Semana Santa, es decir, el Misterio de la Pasión Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Misterio de nuestra Salvación. Quiero agradecer las palabras de ánimo y  confianza de mi párroco, cuando en la preparación de este pregón, brotaban de mi  interior miedos, temores, incertidumbres. Al mismo tiempo agradezco la  cercanía y el apoyo de mi familia, especialmente de mi marido, que siempre ha estado a mi lado  y con el que he contado con su ayuda y colaboración en todo momento; también quiero agradecer a las personas cercanas a mí, su apoyo y confianza, y por último a mi pueblo de Cómpeta, a quien tanto quiero, a quien me dirijo y por quien hoy estoy aquí.
 
Es fácil que esta tarde al dirigirnos hacia nuestra parroquia y reunirnos en ella, para algunos el motivo de venir, haya sido simple y escuetamente oír un pregón más, para tal vez desde ahí poder ser críticos y analizar con más contundencia cual de los pregones ha sido mejor, si este que ahora escucháis o alguno de los realizados en años anteriores. A veces en mis oídos han resonado palabras y expresiones que poco tenían que ver con este recorrido por los días más emblemáticos de la vida de Jesús, y pienso que en el ánimo de la persona, que un día como hoy ocupa este lugar, no hay más deseo, que el de poder transmitir y llevar a vosotros, los asistentes, la grandeza y profundidad de cada uno de los actos y procesiones que vamos a celebrar a lo largo de esta Semana de Pasión, en nuestro querido pueblo.
 
“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20), son palabras de Jesús dichas a sus discípulos.
 
Quiero comenzar con estas palabras de Jesús al empezar este pregón, para que  meditando sobre ellas y desde una actitud de fe, nos demos cuenta  de que Él está en este momento presente en medio de nosotros, porque el motivo por el que estamos hoy  aquí reunidos, no es otro que el mismo Jesús, y desde ahí podamos vivir estos momentos, acogiendo en nuestro corazón, lo que el más grande de los Hombres hizo por todos y cada uno de nosotros.
 
Y ahora me vais a permitir que me adentre en las vivencias y experiencias que a lo largo de mi vida han supuesto para mí la celebración de La Semana Santa.
 
A pesar de haber recibido de mis padres la transmisión de una fe grande en el Señor, yo personalmente carecía de conciencia y formación que me hiciera descubrir el misterio de Jesús y su persona.
 
No guardo demasiados recuerdos de la Semana Santa de mi niñez. La idea más clara que tengo de ella, es ir al “Curato” acompañada de mis hermanas mayores, para desde allí, ver los desfiles procesionales a través de la calle Sevilla, San Sebastián y la Carrera.
 
Recuerdo que en los comienzos de mi juventud, un día, oí comentar que aquella banda de música que tanto me gustaba y que con aquel toque de distinción dirigía D. José Cerezo Ortiz, se había disuelto. Eso produjo en mí un desencanto de aquellas fiestas que anualmente se celebraban, porque yo vivía centrada con más fuerza en lo externo, que en aquello que los cristianos recordamos a lo largo de esta Semana y que son los misterios fundamentales de nuestra fe: la Muerte y Resurrección de Jesús. Ante aquel hecho que para mí fue una contrariedad, decidí irme a pasar la Semana Santa a Málaga, quedando deslumbrada por su belleza, la grandeza de sus tronos, lo espectacular de sus desfiles… Todo eso iba haciendo que mi entusiasmo fuera creciendo cada año, metiéndome cada vez más en el ambiente popular, que en el misterio que celebramos los cristianos.
 
Transcurridos algunos años, Dios puso en mi camino a personas que me ayudaron a descubrir, que el autentico sentido de la Semana Santa, no era la belleza o espectacularidad de sus procesiones, sino que desde las celebraciones litúrgicas y contemplando las mismas, en la belleza de esas imágenes que durante la semana pasean nuestras calles con auténtica majestuosidad, podía vivir y meditar acompañada de María, el Misterio de la Muerte y Resurrección de su Hijo, expresión máxima de nuestra Fe. Desde esta experiencia os invito a acompañarme por nuestras celebraciones de la Semana Santa de Cómpeta.
 
Y comenzamos…
      
 
 
DOMINGO DE RAMOS
 
Mañana, Domingo de Ramos, estamos convocados a acudir  a la ermita de San Antón, para que allí y como nos pide la liturgia de este día, recordemos la entrada clamorosa de Jesús en Jerusalén. Era primavera, en los alrededores de la ciudad Santa, las colinas verdeaban y en el aire había esa calma que chispea en las vísperas del verano.
 
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (Mc 11,10). Este grito resonó a las puertas de la ciudad Santa, y mañana como un eco, volverá a resonar en nuestro querido paseo de San Antón. Entre cánticos de alabanza, palmas y ramas de olivo, acompañaremos a Jesús sentado sobre su pollina, en su recorrido desde la ermita hasta la parroquia.
 
Es el pórtico de una historia en la que todos somos protagonistas, porque allí estábamos tú y yo. Estábamos todos, con nuestra realidad, nuestros fallos y nuestras flaquezas. Aquí es donde entramos nosotros en la pasión de Cristo. Cada uno es el otro protagonista de aquellos sucesos que ocurrieron hace 2.000 años, porque si el mal no hubiera existido en el mundo, la pasión no habría tenido lugar.
 
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (Mc 11,10). Es el triunfo de Jesús pero matizado, es un preludio pascual. Jesús entra en la ciudad Santa, siendo vitoreado por sus discípulos, por los niños y gente sencilla, pero no todo Jerusalén lo recibe, y él lo sabe. Tampoco hoy todos lo acogemos; cuando miramos por encima del hombro al joven que ha caído en la droga, o cuando juzgamos y tal vez reprochamos la actuación de sus padres, cuando volvemos la espalda a aquellos hombres que llegan a nuestro pueblo procedentes de otros países, sin posibilidades ni futuro porque no son dignos de interés. Todos son verdaderos templos de Dios y en cada uno de ellos Jesús volverá a ser crucificado.
 
Esta conciencia de rechazo de ayer y de hoy, hizo llorar a Jesús, no porque Jerusalén lo rechazara, sino por no acoger el mensaje, que a lo largo de su vida con sus palabras y hechos nos quiso comunicar.
 
El Domingo de Ramos, anuncia ya el Viernes Santo. El mismo pueblo que hoy lo aplaude y vitorea, convertirán sus gritos en un “¡Crucifícale, Crucifícale! “ (Mc 15.13). Todas las lecturas de este domingo en la celebración de la Eucaristía, nos van a invitar a meditar los distintos aspectos de este misterio, para poder vivirlos con más intensidad, pero de forma especial nos ayudarán más los relatos de la Pasión.
 
 
MIERCOLES SANTO
 
El Miércoles Santo, de nuevo el pueblo de Cómpeta es convocado, pero en esta ocasión será para acompañar las imágenes de Jesús Cautivo y la de Jesús Atado a la Columna, donde iba a ser azotado injustamente.
 
Esas imágenes, preciosas,  que paseamos por la calles de nuestro pueblo, reflejan el cuerpo de un hombre. Esas imágenes de Jesús cautivo y Jesús atado a la columna, reflejan el miedo el de un hombre. Esas imágenes reflejan su soledad en medio de la gente, su soledad en medio de nosotros… Él había dicho: “Amad a vuestros enemigos”. El había predicado: “Haced bien a los que os odian y bendecid a los que os maldicen”. (Lc 6, 27-28) Mientras su cuerpo se encogía por los latigazos, pensaba: “Bienaventurados los perseguidos por la justicia”. (Mt 5,10)
 
A veces, en esa imagen de Jesús que contemplan nuestros ojos, destrozado por el dolor, queremos ver a Dios, para así mitigar, quitar fuerza a ese sufrimiento, ¡es que él era Dios!, decimos,  pero eran las espaldas de un hombre, unas espaldas como las tuyas y las mías. La sangre se mezclaba con los largos surcos que formaban los látigos.  “Esta es mi sangre…  que se derrama por todos”. (Mc 14, 24)
 
Al dolor de este Hijo, se une el dolor inmenso de María, su madre, que igual que en la Pasión de Jerusalén, acompañará hoy a su Hijo, Cautivo y Atado a la Columna, en silencio, en su recorrido por nuestras calles.
 
La piedad popular,hace que esta noche sean los gitanos los que acompañen a “su” Cristo, manifestando su fe y devoción con todo lo mejor que sale de ellos,como es su cante y su baile.
 
 
 
JUEVES SANTO
 
En la tarde del Jueves, los cristianos hacemos memoria de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, el Triduo Pascual….
 
En una Semana Santa, que celebramos al único Santo, los cristianos debemos vivir estos días con dignidad, asistiendo a las procesiones con respeto y con un profundo sentido de fe.
 
Pero en estos días centrales, nos debemos esforzar por celebrar devotamente en nuestra comunidad parroquial, los oficios de Jueves, Viernes y Sábado de Gloria.
 
Esa expresión popular de fe que se expresa en los pasos procesionales, a través del recorrido por nuestras calles, debe tener la fuente, en unos oficios del  Triduo Pascual, celebrados en nuestra parroquia. Así, el culto externo de nuestras procesiones, será expresión pública de la celebración íntima y personal de cada uno en el seno de nuestra comunidad parroquial.
 
Hacemos una parada en el camino de la pasión. En la conmemoración del atardecer, Jesús, el Señor, nos sienta alrededor de su mesa.  La comunidad celebra el lavatorio de los pies. Jesús lo dejó establecido: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. (Jn 13, 15). Pero más que la repetición del gesto, lo que El quería que se mantuviera, es su sentido profundo: vivir en actitud de servicio.
 
El Jueves Santo, nos pone a los cristianos al lado del sufriente, del sin esperanza, del anciano solitario arrinconado porque es una carga, del joven sin futuro que arrastra su vida sin razones para la ilusión, buscando solución por unos caminos que acabarán destrozando su vida, de los enfermos crónicos que en su horizonte falta la luz de la salud y tal vez de la alegría. Todos ellos son los que necesitan que sus pies sean lavados, siguiendo el ejemplo de Jesús.
 
Vivir todo esto, es un don gratuito, pero también es tarea que nos dejó Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, amaos unos a otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34).
 
Y para que sea posible tanta entrega, nos deja el alimento de la Vida. Así nos lo cuenta el Apóstol Pablo :
 
“Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido; que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía. Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía. Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga". (1 Corintios 11,23-26).
 
La banda de música que con tanto celo y entusiasmo ha creado D. Leovigildo López Cerezo, y la cual dirige, entona el himno Nacional, los penitentes forman dos largas filas, la gente se agolpa en la plaza en forma masiva y en la puerta del templo, llevada por los portadores de los tronos y dirigidos por los hermanos mayores, hace su aparición la bellísima imagen de Nuestro Padre Jesús con la Cruz a cuestas.
 
El mayor gesto de solidaridad de Dios con nosotros, no es haber asumido nuestra naturaleza humana, sino haberse identificado con la ley injusta y egoísta de nuestra historia.
 
Pilatos ha firmado su sentencia de muerte: “Que muera en la Cruz”.
 
Pero aun queda un acto anterior: “Que sea Él mismo quien lleve la cruz hasta el calvario”. Es la escena que contemplamos en Nuestro Padre Jesús, al que conocemos como “El Nazareno”.
 
Jesús lleva la cruz sobre sus hombros; la lleva por todos nosotros, como dice el profeta Isaías: “Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores”. Is. 53.4
 
¿Y María? Nadie pudo contener a la Madre, ella tenía que estar a su lado, llevaba treinta años preparándose para este momento, pero esta preparación no hace el encuentro menos doloroso; ve a su hijo y apenas puede creerlo, le parece imposible.
 
En medio de la comitiva que se dirigía al Calvario, iba Jesús, casi asfixiado por el peso del madero que aplastaban sus pulmones malheridos por los golpes, el sol caía a plomo sobre sus espaldas, la gente se agolpaba para contemplar el cortejo debatiendo la culpabilidad de los reos….
 
En María, con su corazón lleno de dolor, su imaginación se llena de recuerdos ¿Dónde está el ángel ahora? ¿Por qué no le repite aquello del “llena de gracia”, ahora que el dolor más terrible la llena? Y cuando dijo que el Señor estaría con ella ¿Se refería a este encuentro? Sí, este es su Señor, lo sabe por la fe.
 
Es fácil dar acogida al Señor en los momentos buenos, cuando la vida nos sonríe. Pero, ¿Sé también aceptarlo en el momento del sufrimiento y la cruz? ¿Soy capaz de reconocer su rostro en el dolor y comprender que su misterio se revela en la oscuridad y el sufrimiento?
 
Descubrir ahí al Señor como María, saber que entonces y ahora, Él está dispuesto a llevar esa cruz conmigo, nos ayuda a vivir las dificultades, dándole otro sentido. 
 
Esta imagen de Jesús debilitado por el dolor y la cruz cargada sobre sus espaldas, acompañado de su Madre y de María Magdalena, inician su recorrido por nuestras calles.
 
Mientras, en la iglesia quedan un grupo de personas que desean acompañarlo en la soledad del sagrario y que a lo largo de la noche no dejarán de ir y venir, es la adoración ante el monumento, que con tanto esmero y cariño ha sido preparado por un grupo de personas durante la mañana del jueves.
 
Quizás en el silencio de la noche y rendidos por el sueño, no se nos ocurran muchas cosas que decirle, pero queremos estar, aunque sea sin decir nada, solo callar y escuchar, pero queremos estar con Él.
 
 
 
VIERNES SANTO
 
      Y estamos en el segundo día del triduo Pascual, el Viernes Santo. 
 
      Con las primeras luces del día, cuando todavía no ha amanecido, en la iglesia, se empieza a notar un movimiento distinto al habido durante la noche. Son los hombres de nuestro pueblo de Cómpeta, que elegantemente vestidos como indica la tradición, van llegando desde todos los puntos del pueblo y también de otros lugares, para acompañar, en ese amanecer del viernes, la imagen de de Jesús muerto, colgado de la cruz, en nuestro tradicional “Vía Crucis”.
 
      Es escalofriante, en el silencio del monumento, oír como se alejan esas voces toscas y roncas, que inundan con su canto convertido en oración, las calles de nuestro pueblo, en un recorrido que nos recuerda el dramático camino que Jesús hizo, cuando iba camino del Calvario.
 
      A lo largo de la mañana, el pueblo se prepara para asistir a la representación más triste y dramática de la historia. Acercarnos a ella nos hará temblar, no por el hecho de contemplar o averiguar en vivo cuanto sufrió Jesús, porque todos sabemos que en esta historia hay la máxima cantidad de dolor, físico y moral, sino porque en ella entra en juego el destino de todo hombre, de ayer y de hoy, tu destino y el mío.
 
      Por eso, no nos podemos mantener siendo testigos fríos de aquellos sucesos. Tenemos que intentar meditarlos como lo que fueron: si lo vemos desde un ángulo humano, un drama cruel y una injusticia; si lo vemos desde el ángulo de Dios, momentos de salvación.
 
      Solamente descalzos, no de pies, si no de corazón, y con un deseo de interiorizarla, podremos acercarnos a contemplar la Pasión, porque la muerte de Jesús no es una anécdota ocurrida en un rincón de las páginas de la historia. Es, si la vivimos con un átomo de fe, algo que taladra el mundo y el tiempo, algo que ocurrió y ocurre. El Viernes Santo es hoy y seguirá siéndolo cada unos de la historia, porque en él ocurre algo decisivo: Jesús respondió y obedeció por cada uno de nosotros.
 
Como decía el científico Pascal, Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo.
 
      Jesús ha llegado al Calvario. La historia de amor está llegando a su final. Allí, bajo aquel sol, entre aquella sangre, se estaba jugando la hora más alta de la historia, lo que devolvería su verdadero sentido a la humanidad.
 
      Por la tarde, de nuevo el pueblo de Cómpeta se vuelve a congregar en la iglesia, para celebrar el acto litúrgico de este día: los oficios del Viernes Santo.
 
      Es una celebración austera, sin Eucaristía, la preside la cruz, signo máximo del cristiano. En ellos se lee la pasión de Jesús, la cual nos deja ver que era un hombre como cualquier otro. Tenía cabellos, manos, ojos, es decir un cuerpo como el tuyo y el mío. 
 
      Pero hay algo que se nos escapa de las manos y que no podemos olvidar: que también tenía sentimientos. Le gustaba vivir. Era capaz de amar y se sentir pena, como atestiguan los que le conocieron. Jesús sufrió en su alma y en su cuerpo, física y moralmente. Sufrió con el desprecio, como nos sucede a nosotros cuando nos desprecian y humillan. Sufrió la humillación de la desnudez. Y sufrió en todo su cuerpo: en sus espaldas, en los pies, en las manos….  Tuvo dolor de cabeza y sed y sueño. Cuando le descolgaron de la cruz, quedó en el suelo como un gusano. La cara llena de sangre reseca, la piel amoratada, sucia, abierta por todas partes. La cara hinchada irreconocible.
 
      Jesús, nacido en Belén y criado en Nazaret, no es una leyenda, es alguien de carne y hueso. Era, “es”, un hombre con su historia, sus amigos, sus recuerdos… y con enemigos que lograron matarle.
 
      Y ese hombre era, “es”, porque vive: Dios. 
 
      Durante la celebración escucharemos las Siete Palabras pronunciadas por Jesús mientras estuvo colgado de la cruz.
      Como es habitual, el coro que desde hace años se formó de forma específica para este momento, hará una introducción a cada una de ellas; introducción que en lo más intimo de cada uno de nosotros, nos hará estremecer.
 
      Por la noche, con el mismo esfuerzo e ilusión con que la Agrupación de Cofradías ha contribuido a lo largo de estos últimos años, al crecimiento de las celebraciones de Semana Santa de nuestro pueblo, hará posible que en la oscuridad del Viernes, nuestras imágenes, en sus tronos bellamente arreglados, vuelvan a ser el impulso de esa manifestación pública de fe, que provocará largas filas de penitentes, detrás de los distintos pasos que esta noche recorrerán nuestras calles.
 
      El primero será la imagen de Cristo Crucificado. El ánimo se sobrecoge al ver aparecer en la puerta del templo la imagen, que tan magistralmente esculpió nuestro paisano D. Plácido Ávila. En ella supo reflejar la muerte, la dignidad y la paz. ¿Quién no se estremece cuando contempla la serenidad de esos ojos y esa piel que no alientan? En muchas gargantas se echará un nudo al ver su cuerpo que parece el de un vencido.
 
      Nadie terminaba de creer lo que estaba ocurriendo. Para los amigos de Jesús, aquello era el fin del mundo. 
      ¿En esto iban a parar tantas esperanzas?
 
      Salvo en María, la fe, vacilaba en todos. Le habían oído hablar de un triunfo, de una resurrección, pero si el final era así, es que lo anterior no había sido más que un sueño.  
  
      Caminando tras de El Crucificado va la Virgen de las Angustias. ¡Ay María, que madre terca eres, como todas las madres!,¡ Hasta Juan trató de mantenerte alejada!; pero cuando el cuerpo de Jesús estuvo ya en tierra, no pudo impedir que corrieras hacia Él, y lo acogieras en tu regazo.
 
      El imaginero, supo plasmar en estas figuras de forma conmovedora, la ternura con que la madre desolada acerca la mano para tocar la cara fría de su Hijo muerto, mientras la rodilla de la Virgen, sostiene su brazo desplomado.
 
Tras el paso de las Angustias todo se hace silencio en nuestro pueblo. ¡Cristo ha muerto! No existe nada semejante, nada más digno, más severo, más solemne, no existe nada más sobrio que el Santo Sepulcro.
 
Nuestro pueblo se sobrecoge.  Es el entierro de Cristo, el Señor. Silencio…
 
El aparente fracaso de la cruz, ha sumido en el silencio y el abandono a los seguidores del Maestro. 
 
¿Dónde están ahora aquellos que le quisieron hacer rey, aclamándolo el Domingo de Ramos? ¿Dónde estas tú? ¿Dónde estoy yo?
 
Sin embargo, no todo es aparente fracaso, porque nunca la tierra tuvo tan adentro la vida. 
 
El Viernes Santo es día de soledad. Hay que encerrarse en la contemplación del misterio de este hombre muerto, para soportar con entereza el drama: estamos ante la muerte más atroz, más injusta.
 
Jesús les había hablado de un Dios que se entrega con cariño al hombre, hasta el extremo de entregarnos a su propio Hijo. Al contemplar este Cristo Yacente, me brota una  pregunta y os pregunto si se puede hablar de Dios después del sufrimiento, y que volvamos sobre nuestros pasos para preguntarnos si se puede hablar de Dios después del Gólgota.
 
Y es que Dios, no solo no acude a librar al Hijo de la muerte, sino que lo entrega, y en su silencio, Él se siente abandonado del Padre.
A partir de ahí, no tiene sentido preguntarnos por qué  Dios no actúa en los grandes desastres de la historia, porque como hemos visto, ni siquiera intervino en la muerte del Hijo. Y es que Dios no estaba lejos, estaba sufriendo con su propio Hijo clavado en la Cruz. Dios mismo estaba en La Cruz. 
 
Y el silencio del Sepulcro, se rompe por la jovialidad de nuestros jóvenes, esperanza de nuestro pueblo, que llevan sobre sus hombros a María Magdalena, la mujer que Jesús había perdonado. La seguidora más fiel del Maestro; la primera a quien se apareció una vez resucitado.
 
Y ya al final de la noche, por las calles suena el rezo del Santo Rosario. Son las mujeres de nuestro pueblo, que sienten a María en cercanía y quieren acompañarla en su Soledad, van como de duelo con ella, es la procesión de La Soledad. 
 
Solo la brisa y el rezo suave, acaricia la tristeza de su rostro.
 
Es difícil poder explicar el dolor que me invade, ver la imagen desolada de la madre, junto a la cruz desnuda del Hijo. Ahora es cuando las escrituras se han cumplido y todo está consumado. El rosario sigue sonando por nuestras calles.
 
SABADO SANTO
 
El Sábado Santo es un día oprimido entre dos emociones: el dolor de la muerte de Jesús y la alegría de la Resurrección. Es un día de silencio, de contemplación. 
 
¡Dios ha muerto!  El mundo se queda sin luz. Es el día de la ausencia, de la soledad y del desencuentro.
 
Ahora el cristo de la Cruz descansa en el sepulcro, como un nuevo vientre aparentemente infecundo. Pero el poder de Dios se manifestará nuevamente y la tierra germinará en vida, porque Dios Padre resucita a su Hijo. Esta certeza, que durante unas horas ha estado oculta, nos acercará a la alegría de la Pascua y romperá el silencio de la muerte, con aleluyas de Resurrección.
 
Acaba de estallar el grito de los apóstoles: “¡Ha resucitado!” “¡Hemos visto al Señor!” (Juan 20.25).
 
El sepulcro vacío, las vendas y el sudario, son los signos. Y no estaba el Señor. Y en su soledad, para María Magdalena, Pedro y Juan surge el recuerdo de las enseñanzas del Maestro. ¡Cuantas veces les dijo, que resucitaría de entre los muertos! Para ellos su ver, es el “ver de la fe”. Se les abrió la inteligencia como a los discípulos de Emaús. ¿Por qué aquel miedo? ¿Por qué tanta sorpresa? ¿Es que toda la vida de Jesús no estaba ya contada en las páginas de las Escrituras y que ellos como buenos israelitas tenían la obligación de conocer?
 
En realidad no basta la luz del sol, ni siquiera la inteligencia humana, para saber leer cuanto de Jesús se ha escrito y se ha dicho. Tanto los apóstoles como nosotros, necesitamos una iluminación interior y una fe audaz. Es lo que ahora el Maestro da a los suyos.
 
La Resurrección es la vida del creyente y de la iglesia, sin ella la fe no tiene sentido. Como dice San Pablo: “Si cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. (1ª Corintios 15,17)
 
La Vigilia Pascual es para nosotros los creyentes como una explosión cósmica ¡Cristo ha Resucitado! Y su resurrección precede e inaugura todas las resurrecciones, por ello hablar del triunfo de Jesús sobre la muerte, es comenzar a vivir de una manera nueva, es buscar las semillas de vida en un mundo rodeado de dolor y de muerte. Es dar la única respuesta al problema de la vida y la muerte. 
 
Como herederos del gozo de la Resurrección de Cristo, se nos invita a  vivir la Vigilia con el espíritu que nos dice San Pablo: celebrar la Pascua para los que creen en Jesús 
 
•       es “borrar la levadura vieja” (Cor. 5.7) todo lo que hay en nosotros de viejo: corrupción, maldad, injusticia, intolerancia etc. 
 
•       Para empezar  “a ser masa nueva”. Cor. 5.7. Los panes nuevos del amor y la solidaridad, los panes limpios de la justicia y la libertad, los panes recientes del servicio y la acogida, los panes dulces de la misericordia y la ternura. 
 
     Vivir todo esto es el reto de cada uno de nosotros cada Pascua, cada domingo, cada Eucaristía. Es un proceso de renovación que no termina. 
 
 
 
DOMINGO DE RESURRECIÓN
 
El Domingo de Resurrección, Cómpeta se viste con todos los colores del arco iris. Todas las cofradías salen en la gran procesión que celebra a Jesús Resucitado, cofradía oficial de La Agrupación. De nuevo la alegría inunda nuestras calles y La Virgen Reina de los Cielos y María Magdalena, signo de las mujeres que siguen a Jesús, vuelven a sonreír.
 
La Resurrección de Jesús se convierte en signo de eso que la historia busca a ciegas. Es la cumbre que la humanidad se esfuerza penosamente por escalar, sin saber que alguien alcanzó ya, aquello que nosotros anhelamos.
 
Jesús se dirige a sus apóstolos para recordarles su misión. La voz del Maestro les arranca de sus sueños.
 
“¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?” ( Hech. 1,11)
 
No es hora de quedarse contemplando ese cielo como si Cristo se hubiera ido, es hora de empezar a trabajar, de continuar su obra. Porque Él seguirá estando en nosotros.
 
Cristo sigue estando en su iglesia, en esta aventura que aun tenemos a medio camino. Vive en cada Eucaristía; vive en su palabra; vive en la comunidad; vive en cada creyente; vive en cada hombre que lucha por amar y vivir; y vive en cada hombre o mujer que nuestra sociedad injusta sitúa al borde del camino (los pobres, los enfermos desahuciados, los inmigrantes, ...). Y todas estas presencias son tan reales, como las que los apóstoles experimentaron en Galilea, y a nosotros que escuchamos este pregón, se nos invita a hacerlas carne, en cada uno de los momentos de nuestra vida: en nuestras luchas, en nuestros triunfos, en nuestras heridas, en nuestros logros, porque en cada uno se realiza la presencia continua y salvadora de Jesús, el Señor Resucitado.
 
De la misma forma, que el encuentro con el Resucitado les hace descubrir el Mesianismo de Jesús, a aquellos, que en los momentos más duros lo abandonaron; del mismo modo, a través de nuestro encuentro con Cristo Resucitado, nos llega la capacidad de regeneración y renovación. Todo huele a primavera a partir de la Pascua. Todos venimos con corazón dispuesto a la liturgia pascual. Y todos los elementos que se utilizaron en la gran Vigilia: fuego, luz, agua, aceite, pan y vino, son nuevos y renovadores.
 
Ahora el mal y la muerte no tienen la última palabra, porque aquel, que vive la vida con el Espíritu de Jesús, solo le espera La Resurrección.
 
He mirado al Cielo y he visto una multitud de seres humanos, que fieles en su vida al Señor, son ya bienaventurados.
He mirado al cielo y he visto que allí hay un sitio esperando, para ti y para mí.
Espero que este pregón os ayude a vivir la Semana Santa con más devoción y con el deseo de a amar más al Señor.
 
       Muchas gracias
 
 
                                                                                                  María Teresa Bueno Ortiz
 
 

Octavio L.R.

Octavio López Ruiz

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