Pregón Fuencisla Castilla Ruiz. 2002

PREGÓN DE SEMANA SANTA
 
Permitidme que empiece dirigiéndome al Señor:
 
Jesús, una vez más, el pueblo de Cómpeta, a través de sus imágenes y distintos cultos litúrgicos, quiere hacer presente el Misterio de tu Pasión. Pero no se trata, sin más, el procesionarte por sus calles. No se trata de una suma de espectáculos que más o menos puedan quedar bien organizados. No, hay algo vital añadido a lo puramente espectacular. ¡Cómpeta se conmueve ante tu locura de amor! y así lo quiere expresar.
 
Pero, ¿qué comentario, qué análisis podría yo anteponer a esa religiosidad popular?. Hay quien tiende a suponer que dicha religiosidad y la fe están separadas. Verdad es que quien piense así difícilmente se le ocurrirá acercarse a los desfiles procesionales y a las distintas cofradías en general; pero si se acerca, se verá en el dilema de cambiar de espíritu o de renegar ante ese extraordinario eco evangélico.
 
Me vais también a permitir una experiencia personal: Para mí cada procesión y cada acto de la Semana Santa Competeña es como el dedo índice del Bautista. Cada culto me señala al cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Me dice: “Ese es”.
 
Es por eso por lo que huyendo del bullicio de la ciudad, casi todos los años, Tino, mis hijos y yo, venimos aquí para mejor vivir la intimidad de ese, su profundo amor.
 
Y antes de pasar a contemplar todo lo relacionado con la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, quiero agradecer a D. José Luis, nuestro párroco, a Uds. cofrades, a quien aquí esté que represente algún cargo o autoridad, y a todos en general la oportunidad que me dais de compartir unos sentimientos profundos ante este extraordinario Misterio: todo un Dios hecho hombre, muere en una cruz y resucita por nuestra salvación. Sentimientos que hacen vibrar mi corazón, como también el vuestro. Aunque, eso sí, vengo como diría San Pablo, “temblando y con miedo”, confiando en vuestra comprensión y benevolencia; y sobre todo contando con el soplo del Espíritu, ya que no soy ninguna autoridad en dicha materia y, además, como todos sabéis, tampoco soy de Cómpeta, aunque de verdad, que una parte de mi corazón se siente como si lo fuera.
 
Nos centramos ya en la celebración de mañana:
 
 
 
Domingo de Ramos
 
 
Comienza la Semana Santa, llamada también Semana Mayor por la grandeza de los Sagrados Misterios que vamos a celebrar.
      
 
Bendición y procesión de los Ramos.
 
Así comenzaremos.
 
A Jesús aclaman como Mesías,
 
con palmeras y ramas de olivo.
 
Sin espadas ni caballos,
 
porque su cortejo lo forman
 
las gentes sencillas
 
y también las mujeres y los niños.
 
No es casualidad:
 
El Mesías quiere marcar un nuevo estilo.
 
¿Recordáis?.
 
Él es manso y humilde de corazón,
 
Por eso cabalga sobre un pollino.
 
No alaban grandezas humanas, no,
 
las alabanzas van dirigidas a Dios.
 
Su gloria frente a la del poder
 
fue la gloria del amor.
 
Luchó por defender la Verdad y la Vida,
 
el Derecho y la Justicia.
 
Jesús entra triunfante en Jerusalén
 
aunque no se enteran,
 
casi nadie sabe que la PAZ es su único poder.
 
Fue precisamente esa ceguera
 
la que arrancó lágrimas compasivas de Jesús.
 
 
 
Miércoles Santo
 
Viviremos ya de lleno
 
 la tragedia más tremenda
 
 que ha ocurrido en la humanidad.
 
Contemplaremos a través de una majestuosa imagen
 
el amor de nuestro Dios que se deja cautivar
 
 para darnos a nosotros libertad.
 
Tus manos ataron, Señor;
 
pero ¿por qué?.
 
¿Acaso no son santas tus manos?.
 
¡Sagradas diría yo!.
 
Entonces ¿por qué?.
 
¡si sólo hicieron bien!.
 
Pedro ¿acaso cuando tu fe falló
 
no te extendió su mano
 
y de las aguas te rescató?.
 
Y tú, ciego ¿dónde estás ahora?.
 
¿Acaso tus ojos no tocó
 
y tu vista devolvió?.
 
Sordomudo ¿es que no abre tu oído
 
y tu lengua queda suelta?.
 
¿prefieres acaso, ahora,
 
que nunca te hubiera tocado?.
 
Judas ¿por qué lo entregas?.
 
¿Cómo olvidaste que a ti también
 
su cuerpo te dio a comer
 
y su sangre a beber?.
 
Criado Malco, palpa tu oreja derecha,
 
¿acaso no la deja Él
 
como si no te la hubieran cortado?.
 
¿Acaso el pan no comparte y reparte
 
y en su cuerpo convierte?.
 
Por eso: toma Jesús nuestras manos
 
para que con ellas,
 
hoy más que nunca,
 
nos sigas acariciando.
 
 
 
Y después contemplaremos el amor de un Dios que como Cordero indefenso y manso,
 
a la columna de la soberbia humana se deja atar.
 
Pilato manda azotarlo,
 
aunque no encuentra culpa en Él.
 
Jesús pone su espalda
 
y el sayón en ella
 
nuestras iras descarga.
 
Las cuerdas desgarran su piel.
 
Cada latigazo, para mí un sacrilegio,
 
un perdón para Él.
 
Y cada herida, una súplica:
 
¡Padre, ten misericordia de ellos!.
 
Por eso ya nada tenemos que temer.
 
Saldadas quedaron todas nuestras deudas.
 
¿Quién podría hacer eso,
 
sino sólo nuestro Bien?.
 
 
 
Y atrás María, Ntra. Sra. de los Dolores y María  /Magdalena .
 
¿Qué decir a una madre
 
a la que cautivan al Hijo de sus entrañas,
 
y al que con tanta crueldad
 
torturan y masacran?.
 
¿Cómo consolarla?.
 
¡Oh María, Señora de los Dolores!,
 
en procesión Cómpeta te pasea por sus calles,
 
porque quiere comulgar contigo
 
la Pasión de tu Hijo penitente.
 
Y tú, Myriam de Magdala,
 
como de ti dijo un poeta:
 
“No es plañidera a sueldo
 
esta mujer que llora.
 
Sólo mujer herida
 
desangrándose sola en su silencio.”
 
 
 
Jueves Santo
 
Esa tarde se besaron confundidos
 
el desamor humano de ellos
 
con el amor divino de Él.
 
Es la cena del Servicio y el amor.
 
La fraterna Eucaristía.
 
Cristo nos convoca y reúne,
 
y porque verdaderamente también es hombre
 
de los hombres necesita.
 
Por eso sin ningún pudor
 
un deseo muy de sus adentros nos confía:
 
“Celebrar la Pascua con nosotros
 
ardientemente desea”.
 
Porque su amor no le cabe dentro
 
nos quiere sus compañeros.
 
Sí, eso es,
 
los que del mismo Pan comen.
 
Pan que ya no es pan.
 
Pan que es su propio cuerpo:
 
¡Tesoro incomparable...!
 
Por eso se rompe en mil pedazos
 
y por eso se comparte:
 
para dar la Vida
 
y quitar el hambre.
 
Esa tarde renovaremos
 
la mayor Gracia, el mayor Don.
 
¡Copa rebosante,
 
Sangre derramada
 
en alegría y con dolor! .
 
No lo podremos comprender,
 
tiene algo de misterio.
 
Son cosas del Amor.
 
Comulgaremos
 
haciéndonos común unión.
 
Y en la custodia del monumento
 
Jesús Sacramentado se expondrá.
 
Así toda Cómpeta durante algunas horas
 
velando junto a Él
 
podrá gustar, aunque misteriosa, su real presencia.
 
¡Sombras de la noche donde Cristo nos dirá:
 
“Día a día vuestra vida derramad,
 
como el grano de la espiga
 
dejaos enterrar.
 
Vuestros bienes, generosos compartir
 
y porque vuestra recompensa sólo es Dios
 
sin medida la gratuidad vivid!”.
 
Señor, sí, aprenderemos a querernos,
 
rumiaremos tu entrega
 
y paladearemos tu Amor.
 
Amor infinito
 
que nuestra mente nunca
 
podrá entender.
 
Lecturas, oraciones,
 
rosarios y jaculatorias se dirán,
 
para que el sueño no nos traicione
 
como a Pedro, Santiago y Juan.
 
Y ¿qué más?... Silencio…
 
Silencio para que podamos oír sus confidencias.
 
Silencio para que contemplando los misterios de su
 
/Pasión,
 
como la cera de la vela encendida
 
se derrita mi endurecido corazón.
 
A veces hay que callar mucho para después poder hablar.
 
 
 
Y condenado a muerte Nuestro Padre Jesús Nazareno,
 
sin pronunciar palabra alguna
 
sobre sus hombros, con paciencia,
 
va llevando la cruz.
 
Y así,
 
con el horizonte ya cubierto,
 
nuestras calles de nuevo bendice.
 
Pero… ¿por qué Jesús?.
 
¿Por qué Tú llevas esa cruz?.
 
Ella es solo mía.
 
¿Lo olvidas?.
 
¿Por qué con mis pecados cargas Tú?.
 
Yo quiero tomar mi cruz
 
y tras de Ti
 
seguir la huella de tu paso
 
que van dejando tus pies
 
 malheridos y descalzos.
 
Y Ntra. Sra. de los Dolores y María Magdalena
 
van las dos detrás.
 
Pienso que su madre les diría:
 
¡Por Dios! no vociferéis más.
 
¡Qué es mi hijo! ¿sabéis?,
 
Él es inocente,
 
¿Es que no os acordáis
 
que todo lo hizo bien?.
 
No soporto tanta tristeza y tanto dolor.
 
¡Vuestras bocas sellad!.
 
Esos gritos como una lanza
 
en mi corazón se clavan.
 
No digáis nada,
 
¡por compasión, callad!.
 
Y la otra María nos dirá:
 
¡Consoladla, por favor!.
 
A mí las palabras no me salen
 
pues prisioneras de mi pena son.
 
Sólo lágrimas por mi rostro caen
 
y un nudo mi garganta cierra;
 
por eso, ¡consoladla vosotros,
 
que no puedo yo!.
 
 
 
Viernes Santo
 
¡Trágico día para nosotros los cristianos!.
 
Celebramos el patíbulo del Señor.
 
Y como alguien dijo:
 
“¿Quién puede celebrar eso?.
 
¿Quién puede hacer voluntariamente
 
de eso un orgullo,
 
un timbre de gloria,
 
un grito de victoria?”.
 
Recordemos lo que nos dice el Evangelio:
 
“Se oscureció el sol,
 
por medio, el velo del Templo se rasga…
 
y el Centurión exclama:
 
¡verdaderamente, este era Hijo de Dios!”.
 
Con el grito de Dios crucificado
 
se cumple la misión que nos fecunda.
 
Un escalofrío de pies a cabeza
 
recorre mis huesos.
 
Larga y terrible fue su agonía,
 
y al despuntar de nuevo el día
 
todos los hombres de Cómpeta,
 
bajo el peso de tu trono, Señor,
 
el aire atruenan con sus voces
 
pidiéndote mil veces perdón.
 
Sólo el pensarlo
 
ya mi cuerpo estremece.
 
Todos los hombres ¡Oh mi Dios!;
 
también los que vienen de lejos
 
una cita contigo tienen.
 
Es su procesión.
 
¡La de los hombres, Señor!.
 
Pero ¡qué difícil es
 
seguir tus pasos de abandono y dolor!.
 
Aunque de eso se trata,
 
de seguir tu huella en el camino de la cruz.
 
Porque para ellos
 
el Santo Vía Crucis no es una mera devoción.
 
Es camino de compromiso y abnegación,
 
debilidad y fuerza,
 
pasión y compasión.
 
Ya que todos asumen
 
la locura
 
que la humanidad cometió.
 
       
 
Y después, representación de la Pasión del Señor.
 
¡Qué espectáculo más dramático
 
que preferiría no oír ni ver!.
 
Pero es necesario, a lo vivo,
 
nunca olvidar
 
lo terrible que fue.
 
¡Qué sudores para beber
 
el Cáliz de los dolores!.
 
Y mientras tanto
 
tus discípulos duermen, Señor.
 
Ellos no se enteran de nada,
 
sólo uno sabe entregar
 
al que su amistad y amor le daba.
 
Judas, traidor,
 
¡espera por Dios!.
 
¿Con un beso entregas
 
al que su Pan te dio?.
 
¿Qué esperabas del Galileo?.
 
Pero no fue mayor que el nuestro tu pecado,
 
¡cuántas veces como tú me comporto yo!.
 
Y como un malhechor cualquiera, lo condenan
 
porque su gloria no es la del poder.
 
Pedro asustado,
 
de lejos a su maestro sigue,
 
por eso enfurecido le niega diciendo:
 
“Mujer, no entiendo lo que dices”.
 
Pero miró Jesús a Pedro, entristecido,
 
y comienza éste a llorar arrepentido.
 
Pilatos a Jesús interroga:
 
¿Tú eres Rey?.
 
Yo soy Rey,
 
aunque mi reino no es de este mundo.
 
No vengo a hacer esclavos,
 
mas sí libres hermanos.
 
Pilatos cobarde aunque sabe que es inocente
 
injustamente lo castiga.
 
He aquí lo que hacemos
 
en quienes no se pueden defender…
 
Esta es nuestra justicia humana.
 
Y el que es pura hermosura
 
como un desecho y despojo queda.
 
No parece criatura humana.
 
Al madero se agarra Cristo Jesús.
 
El camino hacia el Gólgota
 
es muy duro y estrecho,
 
por eso las calles de Cómpeta,
 
sirven de natural escenario;
 
por su estructura
 
nos ayudarán a imaginarlo.
 
Demasiado le pesa
 
la devastadora gangrena de nuestro pecado.
 
Ya no puede más,
 
al suelo cae extenuado.
 
Nuestra ayuda necesita,
 
por eso al Cirineo solidarizan
 
con la espantosa tortura.
 
Lamento de mujeres compasivas,
 
lágrimas de dolor y desconsuelo.
 
El expolio, la sangre, las espinas y los clavos,
 
una llaga de dolor es el cuerpo entero.
 
Pero a pesar del tormento,
 
de sus labios una plegaria sale:
 
“Perdónales Padre, porque no saben lo que hacen”.
 
Jesús, enséñame a rezar,
 
a perdonar, a disculpar.
 
Y para que veamos
 
que nunca es tarde para convertirnos;
 
y para que nunca digamos:
 
“¡este jamás tendrá arreglo!”,
 
desde el mismo suplicio,
 
mirando a Jesús a los ojos
 
el buen ladrón suplica:
 
“Acuérdate de mí,
 
cuando llegues a Tu Reino”.
 
A la cruz en espíritu abrazada,
 
está María,
 
su madre amada.
 
Y Jesús con un fuerte grito,
 
su Espíritu al Padre entrega.
 
¡Qué Dios tan extraño,
 
morir Él para que viva yo!.
 
El Redentor duerme el eterno sueño de la muerte.
 
Ante tal acontecimiento,
 
la naturaleza con grandes temblores gime,
 
y las tinieblas se adueñan de la tarde.
 
¡No te retrases, Señor!.
 
Esperamos impacientes la luz del nuevo Sol.
 
       
 
Oficios del Viernes Santo: Exaltación de la Cruz.
 
“Hecho obediente hasta la muerte
 
y muerte de Cruz”.
 
De nuestras gargantas abiertas
 
saldrá un canto de alabanza:
 
¡Victoria Tú reinarás,
 
Oh Cruz Tú nos salvarás!.
 
Y avergonzados, apesadumbrados y humillados,
 
reconociendo que nuestras maldades
 
fueron la causa de su martirio
 
nuestros labios besarán sus pies clavados.
 
Expuesta quedará la Cruz
 
para que durante todo el día
 
meditemos hasta donde lo llevó
 
el celo por nuestra salvación.
 
¡Qué tremenda fue su enseñanza!
 
Se entregó sólo por amor.
 
Como dijo S. Juan de Ávila:
 
“De manera que,
 
mirándote, Señor, en la Cruz
 
todo cuanto vieren mis ojos,
 
todo convida al amor:
 
el madero, la figura,
 
el misterio y las heridas de tu cuerpo”.
 
 
 
Después, ejercicio de las Siete Palabras:
 
Alguien con un don especial
 
entonará siete palabras cargadas de intenso amor.
 
Las siete palabras que pronunció Jesús
 
desde el árbol de la Cruz.
 
Ojalá que se conserve,
 
que no se pierda jamás
 
ese prodigio de cante,
 
cante, con nuestro estilo andaluz;
 
que será como un preámbulo
 
que enmarque
 
cada contemplación.
 
       
 
Y más tarde las cofradías sus imágenes sacarán a la Plaza.
 
Delante irá el Stmo. Cristo Crucificado.
 
A nuestro Cristo por las calles acompañaremos.
 
Mucho nos duele verle crucificado.
 
Contemplaremos su cuerpo desnudo y martirizado.
 
Por túnica, sólo las espinas y los clavos.
 
Pero también nosotros sus verdugos fuimos
 
porque en ese momento se concentraba
 
toda la maldad de este mundo:
 
Las  grandes injusticias,
 
los terribles odios,
 
las mentiras inconfesables,
 
las sangrientas violencias,
 
los pequeños miedos,
 
las ridículas equivocaciones,
 
los frecuentes engaños,
 
las inconscientes omisiones,
 
y todos los pecados de debilidad y opresiones.
 
¡Bendita Cruz que todo lo humano recoge!.   
 
Cristo, porque nos ama,
 
gota tras gota,
 
toda su sangre derrama.
 
Un profeta nos dice:
 
“Antes de que llegaras a la existencia,
 
yo te elegí;
 
antes que te formaras en el vientre materno,
 
yo te redimí;
 
antes de que nacieras,
 
yo te amé”.
 
Y Ntra. Sra. de las Angustias va después.
 
¡Qué lejos, Madre, la cuna
 
y tus gozos de Belén!.
 
¡Qué larga es la distancia
 
de Jesús muerto a Emmanuel!.
 
Como un sueño recuerdas
 
todas las profecías aquellas.
 
Sólo la mejor de las madres
 
te podría entender.
 
Devuelven a María el cuerpo de su Hijo,
 
frío y amoratado.
 
Sobre su regazo, ella lo recoge inerte,
 
lo llora desconsolada,
 
lo acaricia, lo besa,
 
y contra su pecho,
 
como cuando era niño,
 
lo aprieta y abraza.
 
Porque si no ¿qué otra cosa puede hacer?.
 
Nada entiende su mente humana.
 
En su blando corazón de madre
 
todo lo sucedido custodia y guarda.
 
No desfallece porque la Esperanza la mantiene.
 
Bien sabe ella que al tercer día
 
resucitado lo volverá a ver;
 
pero ahora mismo que densa es la niebla
 
que eclipsa su fe.
 
¡Madre mía!,
 
a semejanza de ellos
 
tu corazón sangriento yo torturé.
 
Porque no sabía lo que hacía,
 
a Él, igualmente maté.
 
¡Misericordia, Señora, Misericordia!,
 
que por algo “La Piedad”
 
nosotros, tus hijos, te llamamos también.
 
Y más tarde,
 
cuando el cielo se viste de negro,
 
una gran tristeza nos envuelve el alma.
 
De pronto la muchedumbre calla.
 
Y con  sumo respeto,
 
a pasito lento,
 
sobre los hombros se mece
 
a nuestro Cristo yerto.
 
Y en el profundo silencio de la noche
 
se oye el eco de una saeta
 
que el cielo recoge
 
como un oblativo lamento.
 
Ante este doloroso espectáculo
 
no se puede sólo contemplar,
 
El Cuerpo yacente del Hijo del Hombre
 
nos reclama un intercambio
 
de amor sublime.
 
Tenemos que estar dispuestos
 
a dar nuestra vida
 
como Jesús la dio.
 
Y Ntra. Sra. sumergida en su pena
 
en fúnebre cortejo
 
sollozando sigue a su Hijo muerto;
 
porque nadie como ella,
 
comulga con sus padecimientos.
 
Y contemplándolos
 
uno por uno
 
los irá besando.
 
Empezando por las heridas
 
de sus pies y manos,
 
continuando con los de su Espíritu
 
horriblemente ultrajado.
 
Por eso la invocamos
 
como nuestra señora del Consuelo.
 
La que después de Dios mejor nos ama.
 
Cada vez que tengamos un dolor,
 
una agonía, una turbación,
 
siempre notaremos la presencia
 
de nuestra Madre del cielo.
 
Y aún más atrás
 
la Magdalena con su ungüento irá
 
porque ella no está convencida
 
de que al tercer día
 
iba a resucitar.
 
Y ya entrada la noche,
 
nuestro dolor se inundará
 
de una profunda compasión,
 
al sacar la austera imagen de la Soledad.
 
Hermosa procesión acompañada por mujeres solas.
 
María con su negro manto
 
va empapando la sangre
 
que de su corazón abierto está brotando.
 
¡Esa fue la espada Madre!.
 
Como enajenada, recordarás las palabras
 
que un día ¡ya tan lejano!
 
el Ángel Gabriel te comunicara:
 
“Será grande,
 
se llamará Hijo del Altísimo,
 
su reino no tendrá fin”.
 
Imposible razonar nada.
 
Sólo te queda seguir confiando.
 
Agarrar la evidencia,
 
ésta es la terrible tentación de la fe.
 
Y es que no nos damos cuenta
 
que ella, la fe,
 
es como una lumbre escondida
 
que calienta pero no logramos ver.
 
Pero María, ante lo absurdo,
 
no desespera
 
y a la mente le viene el:
 
“Hágase en mí según tu Palabra”.
 
A ella sólo le bastaba
 
no cobijar la carcoma de la duda
 
para mantenerse erguida y no caer.
 
Nos conmueve su inmenso dolor,
 
pero justo y necesario fue;
 
porque …
 
¡qué pobres hubieran quedado
 
las exequias de Nuestro Señor,
 
si no le hubieran acompañado ni siquiera
 
las lágrimas de la que aquí más le amó!.
 
Cristo nació de un seno virgen
 
y en un seno virgen
 
le dejan reposar.
 
Pero ya antes que expirara
 
a su Santa Madre
 
por Madre nuestra nos la quiso dejar.
 
¡Madre!
 
¿Qué mujer competeña podría dejarte sola
 
traspasada por el último puñal?.
 
No, todas,
 
aunque en espíritu sea,
 
desgranado el Santo Rosario
 
por las empinadas calles de Cómpeta
 
arrepentidas de nuestras culpas
 
te vamos a acompañar.
 
Y cuando a la plaza llegues,
 
un tumulto de hombres te estará esperando
 
para llorar contigo
 
tu mismo llanto.
 
 
 
Sábado Santo
 
 
 
El Templo a semejanza del de Jerusalén
 
como una casa desierta y sin dueño
 
quedará vacío.
 
¡Jesús ha muerto!.
 
Sobre el altar,
 
el dulce madero nos lo va a recordar.
 
Será un día gris,
 
un día para que en nuestro interior
 
contemplemos y adoremos.
 
¡Bendito árbol, el árbol de la Cruz!.
 
¡Pero ánimo!:
 
Porque nos lo dijo Él,
 
nuestra tristeza,
 
pronto se tornará en gozosa alegría.
 
Porque el Redentor quemó toda escritura de condenación.
 
Porque el demonio fue vencido por el Amor.
 
Y éste será nuestro consuelo:
 
“Al tercer día resucitaré”.
 
¡Con qué ansias esperamos la vigilia Pascual!.
 
La mejor fiesta del cristiano,
 
la principal.
 
¡Qué despacio pasan las horas!.
 
¡Paciencia!,
 
que nuestra esperanza a punto está de brillar.
 
¿Veis?.
 
Por fin ya,
 
tras las montañas,
 
cede su brillo la luz solar.
 
Es noche para estar despiertos,
 
noche para vigilar.
 
El que es la Vida no aguanta más;
 
el sepulcro estalla.
 
Que suerte tiene la luna
 
porque sólo ella puede ver
 
como
 
del seno de la tierra
 
renace la nueva Luz,
 
la Vida nueva.
 
¡Cristo vive!.
 
¡Jesús está vivo!.
 
Ya recobran nuestras luchas su sentido original,
 
el sentido que el diablo un día
 
de un zarpazo
 
con  sutil engaño,
 
de nuestras manos arrebató.
 
En la noche de Pascua
 
muere la muerte
 
y el Leño Verde germina
 
y florece.
 
Del fuego bendito nace un Cirio,
 
signo de Cristo vivo,
 
lucero que no conoce ocaso:
 
es el nuevo Cirio Pascual.
 
Cantaremos un cántico nuevo a nuestro Dios,
 
que ilumina esta Noche Santa
 
con la gloria de la resurrección.
 
La Santa Iglesia llena de fe en la Palabra
 
va a contemplar
 
las maravillas que realizó con su pueblo,
 
en Jesucristo, nuestro Dios.
 
¡Oh noche singular y dichosa
 
en la que Dios salva
 
y por el bautismo nos devuelve
 
la dignidad filial!.
 
Noche de testimonio,
 
de alianza eterna
 
en la que cielo y tierra
 
juntos
 
por siempre caminarán.
 
Las tinieblas quedan disipadas,
 
han perdido todo su poder.
 
Cristo que con esplendor
 
resucita,
 
nuestro corazón y espíritu
 
ilumina
 
por los siglos de los siglos.
 
¡Amén!.
 
Y ya para terminar, unas horas después
 
la Vigilia Pascual dará su venia
 
a la procesión de Jesús resucitado.
 
 
 
Domingo de Pascua
 
Este día toda Cómpeta
 
se impregnará de un inmenso gozo
 
porque celebraremos
 
nuestra redención.
 
¡Qué grandes son los deseos para acompañar al  /Resucitado!.
 
Acepta Señor como ofrenda de desagravio
 
este desfile procesional.
 
Es nuestra acción de gracias.
 
Gracias por devolvernos la amistad con Dios.
 
¡Gózate Virgen y Madre!
 
Por fin llegó el tercer día.
 
Ya se huele el buen olor de Cristo.
 
Como el jazmín y el nardo,
 
su victoria va dejando en el ambiente
 
una estela que perfuma y embriaga.
 
¿No ves la alegría
 
que hay a tu alrededor?.
 
No es un sueño María,
 
es tu Hijo
 
que venciendo a la muerte
 
en un fuerte abrazo
 
se funde con su Padre.
 
Y Dios
 
por su extremada obediencia
 
lo aplaude y lo besa.
 
Y es que la muerte
 
matando
 
fue derrotada.
 
Y Jesús muriendo
 
obtuvo victoria.
 
Madre mía.
 
La espada que Él mismo te saca
 
al maldito fuego eterno
 
queda arrojada.
 
De ahí que tu manto
 
ya no es color negro
 
sino azul
 
como el Cielo.
 
Y ¿qué decir de la Magdalena en este día radiante?
 
pues que por su amor
 
fue la primera.
 
Ella, vestida de blanco
 
se convierte, ya redimida
 
en anuncio de la otra vida.
 
Pues ojalá que
 
aunque por locos nos tomen
 
y no nos crean,
 
como ella
 
del Resucitado
 
todos nosotros testigos seamos.
 
¡Qué así sea!.
 
 
 
                                         FUENCISLA CASTILLA RUIZ, COMPETA 2002 Sábado, 23 de Marzo
 

Octavio L.R.

Octavio López Ruiz

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