Pregón Juan Manuel Ortíz Palomo. 2021
DEDICATORIAS Y AGRADECIMIENTOS
Al Señor, Aquel que se fijó en mí y me llamó a su servicio.
A los hermanos y amigos en la fe que hoy me acompañáis, ya que sin vuestra ayuda este Pregón no hubiera sido posible.
Y como no, dar las gracias a la Agrupación de Cofradías, por darme la oportunidad de compartir esta noche de fe con este querido pueblo.
Pregón de la Semana Santa de Cómpeta de 2021.
1. Introducción
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Tanto saber me sobrepasa.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque
son admirables tus obras.
Señor, sondéame y conoce mi corazón. (Cf. Salmos, 139).
Aún me tiembla el alma cuando recuerdo aquel anochecer en Emaús. ¿Qué dolor había en nuestros corazones, verdad, Cleofás? Todo el camino estuvo lleno de dolor. Apenas hacía un par de días de la muerte del Maestro, y tras la piedra de su sepulcro enterramos todas nuestras esperanzas. Soñábamos con un mundo mejor. Y todo había terminado en aquella cruz. Apenas hablábamos. No podíamos.
Hasta que aquel desconocido se unió a nosotros en el camino y animó nuestra conversación. La verdad que al principio fue casi molesto cuando empezó con sus preguntas: ¿qué os pasa?, os veo muy tristes. ¿Qué os ha pasado en Jerusalén?
De ahí nuestra respuesta, entre sorprendida y desencantada: ¿No lo sabes? Pues serás el único. Hace tres días que mataron a Jesús de Nazaret, un profeta grande ante Dios y los hombres. Nuestro maestro. Nuestra esperanza.
Ni siquiera lo que las mujeres nos habían dicho aquella mañana nos sacó del pozo de tan gran dolor. ¿Cómo iba a estar el sepulcro vacío?
Pero, ¿no era necesario qué pasara todo eso? ¿No os lo había dicho Él, qué ese sería su final en Jerusalén? Por todo eso necesito que hoy seas la Luz que, de nuevo, alumbre mi camino. Confiando siempre en Ti, Señor, quiero comenzar este Pregón de la Semana Santa de Cómpeta.
2. Saludos a las autoridades y amigos
Buenas noches a todos, hermanos. Y gracias por haber querido compartir conmigo este pregón, aquí en nuestra parroquia de Cómpeta. Aunque antes de comenzar, es necesario hacerlo con los pertinentes saludos protocolarios, a las distintas autoridades que nos honran con su presencia:
Reverendo Padre, D. Liviu Marian Bulai, Párroco de Cómpeta: buenas noches hermano. Y gracias por tu presencia presidiendo este acto del pregón de esta Semana Santa especial.
Ilustrísimo Señor Alcalde de Cómpeta, D. Obdulio Pérez, y al resto de los miembros de la corporación municipal de esta villa. Buenas noches Obdulio, y gracias por tu presencia entre nosotros. A ti y al resto de los miembros de la Corporación Municipal aquí presentes. Espero que vuestra presencia sea una manera sencilla de seguir apostando por nuestro pueblo y por una de sus Tradiciones más importantes.
Porque ésta que yo pregono es donde un mayor número de nuestros vecinos se implican, para manifestar a todos su fe por las calles de nuestro pueblo en estos días santos.
Señora Presidenta de la Agrupación de Cofradías de Cómpeta, Dª. Pilar López, y demás hermanos mayores y directivos de las distintas Hermandades y Cofradías. También a vosotros, desearos buenas noches hermanos. Por fin ha llegado el momento de cumplir mi promesa de realizar este pregón de vuestra Semana Santa.
Hace años, cuando era vuestro párroco, fuisteis los primeros en pedírmelo, aunque Antequera al final, se «adelantó» en mis “años romanos”. Pero, cómo «lo prometido es deuda», aquí estoy, para saldar esa deuda de gratitud que tenía con todos vosotros y con vuestros sagrados titulares. Y sobre todo con esta, mi querida parroquia de Cómpeta, con todos los que formáis parte de ella, muchos de los cuales os encontráis aquí. Muchas gracias por acompañarme esta noche. Que el Señor os lo pague con generosidad a todos.
Y como no, un beso al cielo para todos los que han partido de nuestro lado en estos años, en estos meses. Levanta uno la vista del papel, y ve sus sitios libres aquí en nuestra iglesia… Nos duele su ausencia. Pero nuestra fe nos dice que gozan ya de la presencia del Amor con mayúsculas. Cuidad de vuestras familias y de vuestra parroquia, ayudadnos a seguir caminando.
Finalmente, no quiero cerrar estos saludos, sin agradecer de corazón a don José Antonio Sánchez Cebreros su amable presentación. Palabras llenas de cariño, aunque inmerecidas, porque uno sólo ha tratado de ser en su vida de cura, un humilde servidor del Evangelio que tuvo la suerte de lo mandaran a estas tierras de la Alta Axarquía.
Antonio, muchas gracias por entregarme este testigo de ser pregonero de la Semana Santa. Tú hace dos años viviste en tus «carnes» esa mezcla de alegría y responsabilidad que acompaña a esta importante tarea, y más ante tus paisanos, lo que siempre añade un plus de dificultad. Yo espero, con la ayuda del Señor y de su Madre Santísima, estar a la altura de quienes habéis engrandecido con anterioridad este anuncio de la Semana de Pasión en Cómpeta. Y como hicisteis en su día todos mis antecesores, yo también voy a hacerlo desde mi vida y desde mi fe, con la ayuda del Señor.
Aunque lógicamente, sin olvidar estos momentos que nos ha tocado vivir, una nueva Semana Santa en medio de la Pandemia. Desde ahí pretendo iniciar este Pregón.
3. Mis diez años de relación con Cómpeta
Lo primero, en este caso es una mirada agradecida al tiempo que hemos tenido oportunidad de compartir juntos nuestra fe en esta parroquia. Aunque muchas veces no somos conscientes de ello, ¡cómo pasa el tiempo! Ya son casi 12 años los que han pasado desde que llegué aquí como vuestro párroco.
El próximo 20 de julio se cumplirán 12 años de una llamada del entonces Vicario General, mi querido Alfonso Fernández-Casamayor, quien me comunicaba que mi nuevo destino pastoral eran estas parroquias de Árchez, Canillas de Albaida y Cómpeta. Debo confesar que para mí fue una sorpresa terminar por aquí. Me habían anunciado que tenía cambio, pero aquel año era el primero de don Jesús entre nosotros, y todos los cambios se hicieron al mismo tiempo, algo a lo que no estábamos acostumbrados, ni entonces ni ahora.
Incluso he de deciros que hubo quien, al comentárselo me recomendó que renunciara a venir por aquí. Así lo hizo un buen amigo, quien desde lo que cualquiera de nosotros sabía entonces de estas parroquias, me desaconsejaba subir por estos lares: Me decía que eran pueblos que están muy aislados (la famosa carretera y sus curvas) y que están lejos de la casa de tu familia. Y sobre todo, en aquellos momentos vivíais unas circunstancias demasiado «especiales», un momento complicado, para venir a trabajar en vuestra parroquia y en vuestro pueblo, como fácilmente todos os podéis imaginar.
A pesar de ese consejo que desde el cariño me hacía este buen amigo, hice lo que tantas veces recomendamos los curas, y que no siempre somos capaces de hacer: ponerlo de verdad en manos del Señor… Y si Él había decidido que ahora este era mi destino, yo no tenía nada que decir, aunque, siendo sincero, tampoco yo lo veía muy claro.
Hoy puedo decir que, gracias a Dios, Él escribe derecho en los “renglones torcidos de nuestras vidas”. Y el tiempo dio la razón a quien pensó que estas parroquias de las faldas de la Almijara debían ser mi nuevo destino. Solo fueron cuatro cursos. Pero lo suficientemente intensos como para seguir dando cada día muchas gracias a Dios por ellos.
Además de lo poco o lo mucho que pudimos hacer juntos, es cierto que me llevé de aquí una buena experiencia pastoral y un grupo grande de amigos. Lo que unido a mi especial condición de cura-estudiante ha hecho que esa vinculación la hemos podido alargar en el tiempo, gracias a la amabilidad de los compañeros que me sucedieron. Habéis sido mis parroquias hasta hace unos pocos meses cuando tomé posesión de la parroquia de san Fernando de Málaga capital.
Bueno, ya está bien de prolegómenos, y vamos a la tarea, a lo que esta noche nos ha reunido, a anunciar la Pasión, la Muerte, pero sobre todo, la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Introducción al relato de la Pasión
Canto: (Primera parte)
1. Esta es la Historia de un Hombre
¡ qué grande tuvo que ser!
Hace más de veinte siglos,
montao en un borriquillo
entraba en Jerusalém…
le seguían doce amigos
que caminaban con Él.
Limpia su mirada…
era su equipaje
un corazón de Humildad,
y pregonaba al mundo su Mensaje
que hablaba de Amor y Paz.
¡Qué grande tuvo que ser!
Bendito sea su nombre,
cuando tiraba la red
era Pescador de Hombres
y fue sembrando la Fe.
Domingo de Ramos: Entrada en Jerusalén, la Borriquita
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Mañana lo vamos a echar de menos, ¿verdad? La luminosa mañana del domingo de ramos san Antón se va a quedar sola. Este año no veremos salir de allí a la Borriquita, no podremos acompañar la entrada triunfal del Señor en Jerusalén con nuestros ramos y con nuestros vítores en nuestro camino a la Iglesia, ya que desde su presentación del pasado domingo ya se encuentra aquí, en nuestra parroquia.
Pero si quiero recordarla, porque bendita costumbre la que os habéis empeñado en mantener aquí. Hermoso ese tramo de la calle san Antonio donde todos, pequeños y grandes, lucimos nuestras mejores galas camino de la Iglesia. Estamos de fiesta y así nos reciben las campanas al llegar a la plaza, desde lo alto de nuestra hermosa torre, emblema de nuestro pueblo y de la fe cristiana que ampara con su sombra. Y así nos vamos a misa, a escuchar la Pasión del Señor, que nos explica lo que celebramos cada Semana Santa, como por amor Jesucristo entrega su vida en la cruz. No hay amor más grande.
Poco después del mediodía retomaríamos la procesión, pues el Señor quiere seguir bendiciendo a su pueblo de Cómpeta desde lo alto de su borriquita. Tocayo, otro año más tendremos que esperar para que la renovada imagen luzca en todo su esplendor por las calles tras su restauración en el taller de don Rafael, de Liébana. Y lo hará con las palmas que camino a la ermita de san Antón quieren ser un anuncio de que ha comenzado nuestra Semana Santa pues Cristo ya ha entrado en la ciudad santa.
Jueves Santo: Comienza la Pasión
Y aunque puede darnos la sensación de que se para el tiempo, realmente no es así. A la gran obertura del domingo de ramos siguen días de ajetreo y preparativos en las casas y sobre todo aquí, en la Iglesia. Los días de la Pasión del Señor están aquí, y eso se nota en el ambiente. Lo celebraremos especialmente desde la tarde del Jueves Santo dentro de los muros de nuestra Iglesia, aunque tiene su anticipo solemne en la noche anterior.
Canto: (Segunda parte)
2. En una Cena Sagrada
su Cuerpo y Sangre les dio.
La Pasión fue su destino
y uno de aquellos amigos
por dinero lo vendió…
y en el Huerto los Olivos
con un Beso lo entregó.
Lo hicieron Cautivo…
como a un delincuente,
como si fuera un traidor
lo condenaron siendo un inocente
que hablaba de Paz y Amor.
¡Qué grande tuvo que ser!
Que su Sentencia divina
era la Cruz de la Fe
y una Corona de Espinas
lo convirtió en Gran Poder.
Porque en esa noche, la fe de un pueblo no se solo se hace oración en los labios sino que está en las velas que alumbran el camino de Jesús Cautivo o en las saetas que acompañan los azotes que el Señor recibe mientras está amarrado a la columna. O quieren amparar el camino de nuestra patrona, de la Virgen de los Dolores, por la Estación Larga. Este año esas oraciones de cera y esos cantos que nacen del corazón no estarán por nuestras calles.
Sólo nos queda el consuelo de poder venir aquí a su casa, para verlos, para presentarles en silencio nuestras cuitas, sabiendo que nos escuchan para ayudarnos en la “procesión de cada día”.
Nuestro Padre Jesús Cautivo
De la última cena van a salir Jesús y sus discípulos hacia el Huerto de los Olivos en Gesetmaní, donde le gustaba a Jesús retirarse a rezar a su Padre del cielo. En aquel lugar tan querido es donde va a buscarlo Judas con los soldados del templo, para entregarlo. Y lo hace con un beso. Con un gesto de amor y cercanía va a traicionar a su Maestro. No le duele tanto a Jesús lo que hace Judas, sino por ser él quien lo hace. No hace daño quien quiere, sino quien puede, decimos nosotros. Es la traición de uno de los suyos. Otro peso más para sus cargadas espaldas.
La pasión del Señor se va acercando a pasos agigantados. La «oscura noche» se va haciendo realidad en su vida. Tras la traición, lo detienen y se lo llevan Cautivo para llevarlo a presencia del Sumo sacerdote como si fuera un criminal. Lo han atado para evitar que se escape, para poder arrastrarlo sin dificultad, «como cordero llevado al matadero» (cf. Isaías 53, 7).
Jesús no opone resistencia sino que va con serenidad, pues sabe que su misión es esa, es llevar esas ataduras para liberarnos. Pero nuestras ataduras, ¿son lazos de amor? ¿o es el odio y la envidia quien nos ata o quien nos retiene?
Son tantos nuestros miedos, nuestras limitaciones que necesitamos ser rescatados de nuestro egoísmo, de nuestras faltas de caridad. Ese es otro de los retos de los cristianos, salir de nosotros mismos para abrazarnos a Él, para unirnos a Él, con esos lazos de amor que nada ni nadie puede romper.
¡Cuántas túnicas se atan con este cordón en nuestras celebraciones! Sólo dos manos se atan para desatarnos a todos. Pero ser cristiano es compartir la vida de Cristo. Y no solo en los momentos fáciles de la vida, sino especialmente en las dificultades que llenan nuestra existencia. Volvamos a Jerusalén, donde los hechos se precipitan. Aunque parezca increíble, unas pocas de horas bastaron para acabar dramáticamente con la vida de Jesús. Por eso, aquellas horas van a ser tan intensas. Del huerto pasamos a los juicios de Cristo.
Nuestro Padre Jesús atado a la columna (Amarrado)
Y la primera imagen que aparece ahí es la del Señor amarrado a la columna. Los azotes era el primer castigo a los que se sometía al preso, según el proceso romano. Y aunque hoy nos dé escalofrío pensarlo, era un castigo de «segunda», era aquello de dar un escarmiento a los delincuentes de «poca monta».
La serie de latigazos (cuarenta menos uno decía el derecho romano), eran capaces de destrozar a cualquiera, de hacerle confesar el delito que no se había cometido. Pero así es como Roma sostenía su imperio, con «manu militari».
Otra vez atando lo que Dios se empeña en desatar... siguiendo la mirada del Señor amarrado a esa columna, lo vemos mirar al único lugar donde cree que va a encontrar amparo: el cielo. Levanta la vista a lo alto. De nuevo, como en el Huerto, busca a su Padre. Porque en el fondo no lo entiende: ¿porque me pegan? ¿qué he hecho yo para merecer esto? Son cuestiones que resuenan en su cabeza mientras los verdugos siguen empleándose a fondo en destrozar su espalda.
Pues le pegan por mi pecado y por el tuyo, por las veces que negamos a Dios en nuestro corazón, en nuestra vida diaria. Aunque lo que más le duele son las negaciones de sus discípulos, de entonces y de ahora, al verse abandonado por quienes tanto quería y tanto quiere en su corazón.
Virgen de los Dolores
Pero en aquellos momentos, Jesús no es el único que sufre. También lo hace su madre, María. Aunque realmente el dolor y el sufrimiento la habían acompañado toda su vida. A su madre se le iban a clavar muchos puñales en su corazón, como ya le anunció el anciano Simeón en el templo al poco de nacer.
Las madres nos llevan 9 meses en su seno, pero toda una vida en su corazón. Y mucho más en los sufrimientos, que en las alegrías. Por eso Madre de los Dolores, tus lágrimas nos hablan del sufrimiento de todas las madres por sus hijos.
¡Cuántas habrán buscado cobijo bajo tu manto, cuantas habrán llenado tu corazón de madre con ese hijo que no quiere salir de la droga, aunque su vida se esté yendo a la basura; o aquel que aunque vale un «Potosí», sufre en sus carnes la pérdida del trabajo o la ruptura de su hogar; o viendo con dolor la grave enfermedad de ese pequeño al que parece que la vida se le escapa entre sus pequeñas manos!
Y por eso te pones a llorar con ellas, pues no puedes alejarte de esa realidad de dolor y de sufrimiento, tu corazón está abierto de «par en par» por la herida de la dolorosa pérdida de tu Hijo Jesús, y de los dolores y sufrimientos de todos tus hijos.
Eucaristía y Lavatorio. Ultima cena y Ministerio.
Pero volvamos un momento a la Última Cena, lo único que de verdad vamos a poder a celebrar casi con normalidad este año. Sabemos que la gran celebración de la Iglesia en la Semana Santa es la Pasión, Muerte y la Resurrección del Señor. Y esta celebración comienza cuando en la tarde del Jueves Santo también nosotros nos sentamos en la mesa del Señor. «Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed este es el cáliz de mi sangre, [...] haced esto en memoria mía» (cf. Mateo 26, 26-28), son las palabras y los gesto con el que el Señor quiso entregar su vida y quedarse para siempre entre nosotros.
Desde aquel día, la Iglesia y los cristianos, sabemos dónde podemos encontrar al Señor realmente presente: en el sacramento de la Eucaristía. Jesús se entrega alimentando nuestras vidas y nuestra fe con su cuerpo y con su sangre. Un cristiano no puede vivir sin la Eucaristía. Es el verdadero alimento de nuestro ser.
No porque lo digamos los curas, que a veces hablamos más de la cuenta. Lo es, porque así nos lo dice el propio Jesucristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna». Para apostillarlo recordando que: «yo lo resucitaré en el último día» (Juan 6, 54). Ni más ni menos.
No es un mero capricho, ni se trata de ir a la iglesia a echar un rato. En nuestra forma de participar en la Eucaristía nos estamos jugando nuestra manera de ser cristiano, participar de la felicidad que Dios ha soñado para nosotros. Seguro que si cuando acudimos a misa, lo hiciéramos con esa esperanza en el corazón, participaríamos en ella de otra manera.
Este año otra cosa que vamos a echar de menos es el Lavatorio de los pies. El COVID nos arrebata ese gesto de servicio que llena de sentido nuestro ministerio como curas, ser capaces de hacer como Cristo, de ponernos a los pies de los hermanos a lavarles los pies, a servirlos en sus necesidades. Ya vendrán tiempos mejores.
Termina la misa pero no la celebración, pues el Señor se queda en el Monumento, ese rincón que preparado con tanto cuidado para acoger al Santísimo en este día tan especial. Felicidades por el cartel, hermanos. En un año con una Semana Santa especial habéis sabido reflejar uno de los signos de identidad de vuestra Semana Mayor, el lugar donde reposa el Señor para que podamos adorarlo, para rezar con Él.
La profusión de flores y velas quieren alumbrar su «noche oscura» de Getsemaní. En la hora de amargura del Huerto de los Olivos y en toda la larga noche de su Pasión. Felicidades a quienes hacéis posible este «milagro» año tras año de los turnos de vela, para que duren durante toda la noche, para que en el Gesetmaní de Cómpeta no se encuentre solo el Señor.
Canto: (Tercera parte)
3. Hacia el Calvario camina,
y va cargando una Cruz.
De Amargura es el camino
que le lleva a su destino
de sufrimiento y dolor….
pero su rostro divino
todo lo llena de Amor.
Lleva el Nazareno
Sangre en sus heridas,
sus ojos llenos de luz…
y el Cirinieo de sus Tres Caídas
le ayuda a llevar la Cruz.
¡Qué grande fuiste, Jesús!
Bendito, siempre, tu Nombre,
eres del mundo la Luz,
que por Amor a los hombres
tu Vida diste en la Cruz.
Nuestro Padre Jesús Nazareno
Pero en esa larga noche vemos como la condena de Jesús se decreta y se cumple con una inusitada rapidez. Y no sólo para Jesús sino para Dimas y Gestas, los dos ladrones, que esperaban en la cárcel, el cumplimiento de su condena a muerte en la cruz. Con los tres reos, la comitiva sale camino del suplicio. Jesús carga con su cruz. Así lo mandaba la ley romana: el prisionero debía portar la cruz hasta el lugar donde se ejecutaba la condena.
Pero Jesús llevaba hablando de su muerte en cruz desde hacía tiempo y así se lo había anunciado a los suyos: su final sería morir a manos de las autoridades en esa cruz. Aunque como casi siempre, va más allá. Su invitación es clara: el que quiera ser de los míos que tome su cruz y siga mis pasos. (cf. Lucas 9, 22-25) Ese es el camino del cristiano. Aunque la tentación sea fuerte, no podemos dejarla de lado. Llevar nuestra cruz cada día es lo que nos fortalece, lo que hace que nuestra vida siga adelante. A pesar de las dificultades.
El Señor nos enseña el camino, nos dice con su vida y con su entrega, que el camino del cielo pasa por ahí: SIN CRUZ NO HAY GLORIA. Aunque lo veamos difícil. Aunque muchas veces nos parezca imposible. Sólo es posible con la ayuda de su gracia.
Viernes Santo: El drama de la Pasión llega a su culmen
Pero, por desgracia, el drama continúa. Después de la noche más amarga el canto de gallo rompe la oscuridad de las tinieblas. Hoy el sol no brilla con fuerza, parece no querer iluminar la Sierra. Cuanto vamos a echar de menos este año esa tenue claridad que nos muestra como los hombres de nuestro pueblo se acercan a la Plaza vestidos con sus mejores galas en la fría mañana del Viernes Santo. Cristo nos espera desde su cruz para que lo acompañemos con nuestros cantos y nuestros rezos. Está amaneciendo y en la plaza va a comenzar el Via crucis.
Os tengo que confesar una cosa. El «gusanillo» por este Vía Crucis no me lo metió ningún competeño. Cosa rara, con la cantidad de «apóstoles» que esta oración en la calle tiene, como se ve la mañana de cada Viernes Santo, con los hijos del pueblo que vuelven por aquí, aunque sea por un ratico.
En mi caso fue don José, como vosotros lo llamabais, el bueno de Pepe Navarro desde el tiempo en que compartimos Seminario. En fin, mi antecesor como párroco aquí. Él fue quien lo hizo. Cuando estuve por aquí, antes de incorporarme a la parroquia, tuvimos el habitual cambio de impresiones ante un cambio de cura.
De aquel día recuerdo que sólo me dijo, me encargó dos cosas: No te preocupes por las parroquias donde llegas, son unos pueblos y unas parroquias buenas y religiosas, con gente con muchas ganas de colaborar, dónde vas a poder trabajar muy a gusto como cura. Y tenía mucha razón, como ya os he dicho antes. Y también me pidió que cuidara especialmente de este Vía Crucis del Viernes Santo. Me decía que es algo muy particular. Y para algunos de los hombres que participan en él, es casi la única vez que pisan la Iglesia a lo largo del año. Y puedo decir que así lo he podido comprobar en primera persona estos años que he tenido la suerte de poder participar en él.
Aunque esto no es casualidad. Es el esfuerzo de todos es el que hace que esta oración en la calle sea algo especial, que os toca cuidar y mejorar cada año. Sobre todo a vosotros, a los hermanos Ávila. «Compadre», es tarea vuestra, de los hermanos del Cristo. Por lo que decía don José. Y también, por cuidar de esta tradición hecha oración con la que comienza este importante día. Hermoso amanecer para un día tan duro como este de la celebración de la muerte del Señor.
Mientras siguen los turnos de vela ante el Monumento, este mediodía no lo señala el rezo del ángelus y el repique de las campanas de la Iglesia. Esas campanas están de luto por la muerte de Cristo. Ese día es la música del órgano la que divide en dos el día en nuestra parroquia, durante el solemne Sermón de las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Con solemnidad, pero con mucha vida en las distintas intervenciones, estas nos acercan a la despedida de Jesús desde lo alto de la cruz. Su “tengo sed”, la encomienda de su madre a Juan, el discípulo amado. O su desamparo ante el “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado”, resuenan con fuerza en nuestro templo, a la vez que esas palabras se actualizan en las reflexiones.
Con estilos tan diversos como ricos, nos van presentando como se viven hoy las palabras que iluminan el sufrimiento y el dolor de tantos hermanos. Ese dolor compartido encuentra en el sacrificio de la cruz su mejor expresión. Y en ese mediodía se hace oración. Pero el día sigue. Y el drama de la Pasión también continúa.
Canto: (Cuarta parte)
4. Esta es la Historia de un Hombre
¡ Qué grande tuvo que ser!
Dicen que por un momento
se rajó el velo del templo
y el cielo se oscureció…
y en tinieblas y en silencio
el mundo entero quedó.
Y su Buena Muerte…
era una Victoria
y aquella Cruz fue de Amor….
Oficios del Viernes Santo
Todo este preámbulo tenía un destino: el Calvario. Cuando llegan allí, los soldados van a preparar el trono de nuestro rey, porque al final eso es la cruz. No es un símbolo, no es un adorno para que lo portemos en nuestros cuellos o decorando nuestras Iglesias. Es el lugar donde el Señor se alzó sobre todo el mundo para reinar.
El siguiente acto llega cuando por la tarde nos reunimos en la Iglesia para los oficios del Viernes Santo. Lo hacemos en el único día del año donde la Iglesia no celebra la Eucaristía. No puede. El Señor ha muerto. Y desde el dolor, sólo nos queda contemplar:
«Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Esta es la invitación del sacerdote al descubrir la Cruz para la Adoración. Y es la invitación que yo os quiero hacer ahora. Sí, aquí está la cruz. Aquí se presenta este instrumento de tortura, que a nosotros nos dio la salvación.
Ver al Señor en la Cruz, es hacer que aflore en nuestra alma aquello que proclamó san Pablo: «vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 20). El cuerpo de Cristo pende muerto en la Cruz. Y allí nos muestra que no hay amor más grande. Nadie nos ha querido tanto como Él, nadie lo ha dado todo, incluso la propia vida. Y LO HACE POR TI Y POR MI, por todos los que formamos parte de la gran familia de la Humanidad. Todos vivimos unidos a ese amor crucificado.
Santo Entierro
Hemos terminado la celebración de la Pasión en el templo. Pero no el Viernes Santo en el pueblo. Faltan los «Nicodemos» y los «Josés de Arimatea» que quieren hacer con su Maestro la última obra de misericordia: enterrar su cuerpo muerto. La puesta del sol ponía punto final al día para los judíos.
Por eso, tras conocer que Jesús ha muerto, los pocos amigos importantes que tenía el Nazareno, fueron a ver a Pilato para pedir su cuerpo y poder enterrarlo. Y no había tiempo que perder. Bastante había sufrido Jesús como para dejar su cuerpo allí el día de Pascua. Por eso, tras obtener el permiso, deciden acercarlo a un sepulcro nuevo que junto al Calvario.
Hoy se continúa viviendo esa dura experiencia. Seguimos bajando de la Cruz a Cristo, para llevarlo a descansar a su sepulcro. Es la más dolorosa procesión. Lo llevan a su último descanso, tras el sufrimiento de su suplicio en la cruz.
Virgen de las Angustias
Juan Evangelista es uno de los pocos testigos directos del drama del Calvario. En su evangelio recoge un pasaje entrañable. Antes de morir, dice Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu hijo [...], hijo ahí tienes a tu madre». (Juan 19, 26-27) Desde aquel día Juan recibió a María, y ella nos recibió a todos nosotros, los cristianos en sus brazos amorosos.
Aunque poco después a quien van a recibir sus brazos será el cuerpo muerto de su hijo, en esa querida imagen de la Virgen de las Angustias. Ya no es un abrazo como cuando era pequeño. Ahora que lo ponen en su regazo, y con dolor comprueba que es verdad, que su hijo Jesús ha muerto. Y no lo entiende. Cómo iba a ser ese el final de quien tanto amor había repartido en su vida: ¿otra vez el mal y el dolor van a ganar?...tras ese dolor María ve enterrar a su hijo y así queda en la más absoluta soledad.
Soledad de María, Procesión de las mujeres
Otra de las sorpresas que guardaba vuestra Semana Santa era la «procesión de las mujeres». Es cierto que, que tiene poco de procesión y mucho de oración acompañando la Soledad de la Virgen. Ya hemos dicho que si alguien entiende de dolores es ella. Hace nada la veíamos con su hijo muerto sobre su regazo. Y ahora solo tiene dolor. Ese que la hizo una mujer fuerte junto a la cruz. Ese que aún la mantiene en pie aunque no le queden ni lágrimas en los ojos.
Tras eso, María se queda en su Soledad, con su dolor, con su silencio, con sus recuerdos, esos que siempre había guardado en su corazón... Incluso ahora, siente allí una leve esperanza de que todo hubiera sido un mal sueño. Una locura, a la que ni ella quería dar cabida con tanto dolor.
Con la corona de espinas y los clavos de su Hijo en sus manos, ve como la gran piedra sella el sepulcro y así parece que todo acaba ahí. Tras ese gran bloque de fría piedra quedan tantas ilusiones, tantas esperanzas, toda una vida tan plena...
En el camino de vuelta, ella iba pensando en silencio: ¡Qué dura es la vuelta a casa tras una decepción así! Todo parece acabado. Ni siquiera hemos podido enterrarlo en condiciones. La noche no nos ha dejado.
Aunque además, ninguno de los que estábamos allí, teníamos fuerzas para hacerlo, para ungir su cuerpo muerto, tras tanto sufrimiento.
Sólo pudimos dejarlo envuelto en un ligero sudario de lino, antes de sellar el sepulcro. Magdalena quería seguir allí, llorando y haciendo duelo. Las otras mujeres hablaron con ella, y al final la convencieron. Quedaron en volver cuando pasara la fiesta.
Aunque nosotros, no teníamos nada que celebrar aquel día. Había un enorme vacío en nuestra alma. La verdadera pérdida que habíamos sufrido era la de Él. A su muerte sólo podíamos añadir lágrimas. O ya ni eso, ya no quedaban tras tanto dolor. Las pocas que me quedaban las derramé al pie de la cruz cuando pude abrazar su cuerpo muerto por última vez. Por eso, aunque estoy acompañada por los discípulos, me siento en la más profunda Soledad. Bello nombre para expresar la amargura más profunda de mi alma. Esa es la que yo siento cada Viernes Santo.
Mi corazón no sabe si volver a casa o salir a los montes a gritar el dolor que llena mi alma. Pero como en tantas ocasiones y dolores, «guardo todas estas cosas en mi corazón» (cf. Lucas 2, 19). Días duros, de profundas oscuridades. Toda la vida de mi Hijo pasó por delante de mí. Ante tanto dolor, la Iglesia acompaña la Soledad de María durante todo ese día de Sábado. Está como Juan, el Evangelista, junto a la Madre del Señor.
La Iglesia el Sábado Santo no es más que este folio en blanco esperando la mano del Señor que la saque de la Soledad de estar sin Él.
Toda palabra sobra.
Sólo la llegada de la noche santa de Pascua «cambiara nuestro luto en danzas» (Cf. Salmos 30, 11). Aquel día comenzó bien temprano, incluso antes del alba, porque la noche fue el único testigo del mayor acontecimiento de la historia. ¿Porqué?
Sábado de gloria: Vigilia Pascual
Porque la Resurrección de Cristo es un hecho que va más allá de la Historia, para situarse en el campo de la fe. Un hecho que o nos creemos, o no somos cristianos. ¡Ojo! La Iglesia conmemora este acontecimiento singular con la celebración más importante de nuestra vida cristiana. Estamos hablando de la Solemne Vigilia Pascual.
Música: Las primeras frases del Pregón Pascual (cantado).
Pocas veces nos reunimos en medio de la noche en nuestros templos. Y cuando lo hacemos es porque la «ocasión lo merece». Esto ocurre con la noche santa de la Pascua, en la que el Señor pasa por la historia para mostrarnos que la vida y el amor son más fuertes que la muerte y el dolor.
Es una noche para pasarla en vela, rezando y cantando en honor del Señor, para ver como la historia de amor de Dios con la Humanidad comenzó hace mucho tiempo, y la sigue renovando generación tras generación. También con todos nosotros, donde a pesar de las dificultades, sigue tocando el corazón y la vida de tantas personas, de tantos cristianos, que hoy queremos vivir desde su fe, queremos ser testigos de su Resurrección.
Es una noche con una liturgia muy rica, donde destaca la gran invitación a renovar el día más importante de nuestra vida cristiana, el día de nuestro bautismo. Es hacer que la vela de nuestra fe sigua brillando con fuerza durante toda nuestra vida.
«Porque si nos unimos a Él en una muerte como la suya, también compartiremos con Él su Resurrección » (cf. Rom. 5, 5). No desaprovechemos la oportunidad para agradecer al Señor y a nuestra familia, el regalo del bautismo. Y de renovarla en esa celebración Pascual.
Domingo de Resurrección: María Magdalena
La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de que hay días que comienzan antes en nuestro corazón que en el despertador. Cuando estamos ilusionados esperando algo, parece que no pasan las horas. Algo parecido ocurre cuando nuestra vida está llena de dolor, y queremos dejar atrás ese sufrimiento lo antes posible. Aunque, de entrada, nos parece imposible.
Así encontramos a Magdalena en la aurora de aquel primer día de la semana. Habían quedado muchas cosas pendientes a la muerte del Maestro. La noche se echaba encima, y hubo que aligerar mucho para poder dejar su cadáver en el sepulcro. Y por eso, no hubo ni tiempo de poder preparar su cuerpo para que descansara en paz.
Ella tenía mucha necesidad en su corazón de seguir agradeciéndole a aquel hombre todo el bien que le había hecho. Por ello no pudo esperar a que el canto del gallo rompiera el alba. Aún era de noche cuando salió hacia el sepulcro. Lo único que podía hacer era tomar los aromas para ungir el cuerpo de su querido Jesús, pues así era como los judíos enterraban.
María de Magdala había sido testigo de muchos de sus milagros, de cómo había puesto el amor de Dios en la vida de muchas personas durante el tiempo compartido. Incluso en la suya. Pensando en todo esto estaba cuando llegó al sepulcro entre sollozos y suspiros por el dolor que reinaba en su corazón.
Pero a Magdalena aún le quedaba una gran sorpresa. Recordaba que los hombres habían puesto una gran piedra para sellar la tumba. Pero esa piedra estaba al lado, dejando la puerta libre. Aunque la gran sorpresa estaba dentro: el sepulcro estaba vacío. Magdalena no lo entendía. ¿Qué había pasado? ¿Quién se había llevado el cuerpo? ¿Ni después de muerto lo iban a dejar tranquilo? Y entonces, llena de impotencia, rompió a llorar.
El desconsuelo la sacó de sus «casillas». Sentada en un poyo del huerto se le acercó un hombre ante el escándalo de sus gritos. Ella pensó que era el hortelano del huerto, y le preguntó si él se había llevado el cuerpo. Entonces ocurrió algo que terminó de cambiar la vida de María para siempre: volvió a escuchar su nombre de los labios de su “Rabboni”, de su Maestro. Y este hecho la sacó de su desconsuelo y la devolvió a la realidad de vida y esperanza, que estaba viviendo desde lo conoció y decidió seguir sus pasos.
María, soy yo. No estoy muerto. La muerte no puede encerrar la Vida. Porque el Amor es siempre más fuerte que el dolor, por mucho que a veces pueda parecernos otra cosa. Muchas veces lo había escuchado de labios de Jesús: que resucitaría al tercer día. Pero hasta que volvió a escuchar su voz llamándola por su nombre no lo había entendido.
Y el largo camino de dolor al sepulcro se convirtió en un correr apresurado para ir a contárselo a los demás. El amor volvió a tener premio. Fue la puerta de entrada de la Buena noticia en la vida de la Iglesia. María Magdalena fue la «apóstol» de los discípulos, la que proclamó a los cuatro vientos que el Señor está vivo, que Cristo es nuestra vida en aquella mañana de Pascua.
Misa de Resurrección y procesión
(Cuarta parte) Ahora si completa
4. Esta es la Historia de un Hombre
¡ Qué grande tuvo que ser!
Dicen que por un momento
se rajó el velo del templo
y el cielo se oscureció…
y en tinieblas y en silencio
el mundo entero quedó.
Y su Buena Muerte…
era una Victoria
y aquella Cruz fue de Amor
y al tercer día se hizo la Gloria
que el Hombre resucitó.
¡Qué grande tuvo que ser!
Bendita sea tu Gloria
que dos mil años después
sigue escribiendo la Historia
y el mundo sigue con Él.
Resucitado y la Virgen de la Alegría con sus quintos
La última gran tradición de la Semana Santa de Cómpeta, es la presencia de los Quintos y Quintas en el Domingo de Resurrección. Y este año otra Quinta que se acumula para portar sobre sus hombros a nuestra Patrona, hoy engalanada de fiesta. Con su alegría dejan constancia de que la juventud protagoniza esta procesión de gloria que cierra la Semana Mayor.
Una alegría que se nota en el propio caminar de Cristo resucitado, a quien siguen Magdalena y su Madre, María. Ellas que lo acompañaron al Calvario, son las primeras que llenan las calles de nuestro pueblo con la noticia de que ha resucitado, que era verdad todo lo que había anunciado.
5. Oración final
Permitidme finalmente, retornar al inicio del pregón. Quiero volver a encontrarme con el Señor Resucitado junto al Lago de Galilea. Atrás han quedado las preocupaciones que tienen la preparación y la lectura de este pregón. Ahora lo que quiere mi corazón es agradecerle al Señor todo lo que hace por mí.
También por esta oportunidad de compartir con todos vosotros mis reflexiones. El «barco» de la Iglesia es uno, y sólo seguirá avanzando si remamos todos juntos de la mano del Señor, a dónde Él quiera. Y esa es mi esperanza. Porque en Él lo podemos todo. Mucho más, de lo que ni siquiera nos podemos soñar. El nos invita a sentarnos junto a Él en la playa.
En la serenidad de la madrugada, miro a mí alrededor y siento a toda la Iglesia presente. Allí podemos llegar todos con lo que somos, con todas nuestras luces, pero también con nuestras sombras, esas que tanto necesitan el abrazo misericordioso del Resucitado, del perdón de Dios.
Los primeros son los discípulos, aquellos que habían huido, y ahora se sienten perdonados. Y también estamos nosotros con nuestras vidas y pobrezas, esas que tanto sentido dan siempre al acto de amor que Cristo realizó en el «árbol de la cruz», como hemos podido rezar esta noche.
En el frío silencio de la aurora día, lo único que se escucha es el suave batir de las olas que rompen contra la playa. El amor lo impregna todo, casi se «huele» en el ambiente de la mañana. Nadie se atreve a romper el silencio, y estamos muy a gusto.
En el fondo, todos sabemos que «aquí no sobra nadie», que en la Iglesia de Cristo, todos tenemos nuestro sitio. Porque en medio de nosotros está quien nos reúne, el propio Señor Resucitado. Sus ojos nos miran con ternura, y en ellos veo que no soy yo el único que necesita estar en este lugar.
Es Él quien de repente rompe ese silencio para llamar nuestra atención, alzando su voz: Hermanos quiero aprovechar este ambiente para compartir algo con vosotros: después de la Resurrección han cambiado muchas cosas. Era verdad, EL AMOR Y LA VIDA ES MÁS FUERTE QUE EL DOLOR Y LA MUERTE.
En la cruz, mientras la vida se me iba por las llagas hubo momentos de mucho dolor y de mucha duda. Parecía que todo se derrumbaba en torno a mí. Pero no era así. En mi corazón sabía que mi Padre no dice hoy blanco y mañana negro.
Eso me dio fuerza para seguir con el perdón en mis labios hasta el final. O para acogerme al Padre con el último aliento de mi vida. Pero sé que no me queda mucho tiempo por aquí. Me toca volver junto a mi Padre, terminar mi camino, y de paso, para ir preparándoos sitio para cuando, de nuevo, nos encontremos allí.
Pero no quiero irme sin abriros mi corazón de par en par. Os queda mucho por hacer, y ahora os toca hacerlo a todos vosotros. Vendrán dificultades, pero no quiero que a nadie se le olvide que yo estaré ahí cada día, que en mí podéis confiar siempre para afrontarlo todo.
Recordad que mi invitación es siempre la de «venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados» (Mt 11, 28). Para hacerlo, lo primero que debéis hacer es continuar caminando juntos. Eso es la Iglesia, el lugar donde los hermanos comparten su vida, y donde yo puedo alimentarla. Que esto no se os olvide nunca. Si cada uno hace la «guerra por su cuenta», no llegaremos a ningún sitio, no podremos avanzar.
Nuestro mundo y muchos de nuestros hermanos necesitan que alguien les recuerde que Dios los ama. Hoy podéis ver mis llagas. En mi cuerpo están las señales de la Pasión. Espero que sepáis mostrar siempre estos testimonios de mi amor, que seáis mis testigos, que mi entrega haya tenido sentido. Que vuestra fe se muestre en todo lo que hagáis: con vuestra familia o con vuestros trabajos. Y como no, también en vuestra cofradía. En lo que se ve, y sobre todo en lo que no se ve. Yo os quiero con locura, y espero lo mejor de vosotros.
Que el amor y el perdón sea el fundamento de todo lo que hagáis. Cuando más pronto que tarde, vayáis de nuevo por las calles con mis imágenes, lo que todos verán es que son el testimonio de mi gran amor. Que no se os olvide nunca, que al final de la vida os examinaré de ese amor. No de lo que hayáis tenido, de lo importantes que hayáis sido o de todo lo que hayáis hecho, sólo me interesa si de verdad me habéis amado. Porque AL FINAL, MI PREGUNTA SERÁ SÓLO ESA, ¿ME AMAS?
Y espero, por toda respuesta, un gran SÍ.
Hermanos, ha llegado el momento de guardar silencio. Muchas gracias por vuestra atención y por vuestra paciencia.
Que el Señor os bendiga. He dicho.
En San Fernando, Málaga a 19 de marzo de 2021. Solemnidad de san José, esposo de la Virgen María.
Laus Deo.
Juan Manuel Ortíz Palomo 27/03/2021