Pregón María del Carmen Fernández García

 

“Tangere!, ¡Tócame!”
Pregón de la Semana Santa 2018
 
Mi Pregón, lo he titulado ¡Tangere!, que quiere decir, ¡Tócame!.
 
Se que no merezco estar en este lugar, por lo cual, lo primero que quiero hacer, es daros las gracias a todos. A unos, por haberme propuesto para decir el Pregón y a todos los demás, por venir a oírlo.
 
Al no creer ser digna de este honor y considerar el estar aquí, como un milagro, quiero empezar con un pasaje del Evangelio de San Marcos que dice así: “Dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que no es de los nuestros y que, invocando tu nombre, arrojaba los demonios; y se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros. No se lo prohibáis, les dijo Jesús; porque nadie que, invocando mi nombre obre milagros, podrá luego hablar mal de mí” (Mc. 9, 38-39).
 
He escogido estas palabras de San Marcos, porque es milagroso, que yo me atreva a ponerme a hablar de Jesús en su Pasión, desde este lugar tan especial. Antes de entrar de lleno en el Pregón, pido disculpas a todas las personas presentes, por si no estoy a la altura, para hablar de este Dios, que se hizo hombre, para morir por nosotros.
 
Lo primero que quiero hacer, es agradecer las amables palabras que Antonio ha dicho sobre mí. Creo que son inmerecidas, pero he de darle las gracias, porque son muy bonitas. También decirle, que intentaré seguir su consejo. Doy también las gracias por su asistencia, al Padre Liviu, a la Corporación Municipal, presidida por nuestro Alcalde Don Obdulio, a José Antonio y Cándido miembros de la Junta, a los hermanos y hermanas cofrades,  demás asistentes y a Juanma, sacerdote que tuvimos la suerte de tener en Cómpeta y que no ha dejado de querernos, al igual que nosotros hemos seguido queriéndolo. También, mando un recuerdo a nuestra Presidenta Pili, que me gustaría que estuviera aquí, pero que se encuentra en tierras lejanas con sus hijos.
 
Con vuestro permiso, voy a echar la vista atrás, y recordar, que hace diez años, mi madre tuvo el honor de decir el Pregón de la Semana Santa de Cómpeta de 2.008, estando Don José María de párroco, al que nunca olvidaré. También en aquel año, la imagen que presidía el cartel era La Pollinica, lo mismo que este año, quizás, Jesús a su entrada triunfal en Jerusalén pensó en nosotras… ¿no creéis, que es un misterio?.
Después de esta introducción, quiero recordar que me propusieron decir el Pregón de este año, el pasado Domingo de Resurrección, en plena celebración con muchos de los hermanos y hermanas cofrades. Al principio, no tomé casi en serio esta invitación, pero al reflexionar un poco, y siempre, con el apoyo incondicional de mi madre, me lié la manta a la cabeza y aquí me tenéis, haciendo para mí, algo muy difícil, pues hablar de Jesús, es hablar de la más Grande Historia de Amor de todos los tiempos.
 
Esta Gran Historia de Amor, empezó con la Encarnación. Cuando el Hijo de Dios, comenzó a hacerse hombre por obra del Espíritu Santo, dentro del cuerpo inmaculado de la Virgen María; para que así, el diálogo de amor entre Dios y los hombres, fuera más fácil.
 
 Jesús, tiene un nacimiento desvalido, es pobre y pobre muere. No deja más herencia, que a su madre en su Tercera  Palabra…. ¡herencia valiosa!. Su lecho de muerte, es una cruz y el sepulcro donde es enterrado, es prestado. Se hizo realidad lo que había dicho a sus discípulos: “El Hijo del Hombre, no tiene donde reposar su cabeza”. 
 
La vida de Jesús, desde su  nacimiento en Belén hasta su muerte en El Calvario, es una vida misteriosa, es una vida de amor a todos y de oración al Padre. Sus tres grandes momentos de oración, fueron: La Oración Sacerdotal de la Última Cena, (el Jueves Santo); la Oración en El Huerto, (ese mismo día, pero ya bien entrada la noche); y la Oración de las Siete Palabras, (el Viernes Santo clavado ya en la cruz).
 
Quiero decir algo, de las tres Grandes Oraciones de Jesús. El  Jueves Santo, es el que tenemos que entender como víspera de lo que va a ocurrir el Viernes. El cordero muerto del cenáculo, es la figura del otro Cordero, el Señor, que morirá crucificado. Jesús, en esta cena, que deseó tener ardientemente con sus doce discípulos, se presenta como el Gran Sacerdote que consagra a otros sacerdotes. En esta Primera Oración, el Señor, nos da un mandamiento: AMOR.
 
La Ley de los Judíos o Torá, tenía 613 mandamientos, el Nazareno, aquella tarde, nos dio sólo uno: “Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos”. Después, dijo Jesús: “Así, es como yo os he amado”. En aquella Última Cena, Jesús habló mucho con los suyos, lo hacía como si estuviera haciendo su testamento, hablaba de un modo distinto, su voz… su voz era caliente. Hubo momentos, en los que sus discípulos no entendían lo que estaba diciendo, hablaba de amor y muerte. Es como si quisiera prepararles el alma, para lo que se avecinaba. Él sabía que pronto moriría, pero estaba tranquilo.  
 
Después de cenar, se fueron Él y once de sus discípulos, al Huerto de Getsemaní. Allí, ya estaba triste, sus ojos reflejaban una noche oscura, mostraban miedo, no parecía el Gran Dios de la cena, sino una pequeña criatura desvalida. Es aquí, donde personalmente… pienso que se desarrolla la gran agonía de Jesús. Allí, sólo, con once discípulos, que no habían sido capaces de velar con Él, y uno, que pronto vendría a entregarle… nada menos que con un beso.
 
El Señor, sabía lo que iba a pasar, por eso, temiendo que pueda desfallecer, se retira a rezar a un lugar más apartado, con los amigos más cercanos a su corazón: Santiago, Pedro y Juan, a los que les dijo: “Mi alma tiene una tristeza de muerte, ¡quedaos aquí y velad conmigo!”. 
 
Estos discípulos, se sorprendieron de la manera de rezar de su Maestro aquella noche, porque no rezó como lo hacía Él siempre y todo el pueblo judío, que era de pie y con los brazos extendidos. Cristo, este Jueves Santo, se postró en tierra y puso su cabeza sobre el suelo, adoptando la más humilde postura,… la de un gusano.
 
Jesús, suplica de rodillas al Padre, lo libre de tantos sufrimientos, y le dice: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. ¿Por qué habló así Jesús?... Porque en aquellos terribles momentos, su voluntad de hombre, no desea ser prendido, azotado, caído y clavado en una cruz; pero su voluntad divina, sabe que todo eso tiene que pasar, y quiere que pase.
 
Después, se levantó tambaleante, estaba inundado de un sudor frío y llegó a sus amigos buscando su compañía, pero ellos… dormían.
 
A este vía crucis del huerto, le quedan varias estaciones. Jesús, necesita la compañía de los suyos para calmar su angustia. Se levanta, anda los treinta pasos que le separan de sus amigos, buscando el consuelo a la amargura que le envuelve, pero… ellos nuevamente, se han quedado dormidos. “¿No habéis podido velar, una hora conmigo?”, les dijo el Nazareno. En estas palabras, ¡había una triste ternura!. Por un lado, este hombre, siente el silencio del Padre, por otro, el sueño de los que decían amarlo. Y nosotros, ¿no estamos siempre dormidos ante el dolor de los demás?: Las ventas de niños, los inmigrantes perdidos entre las aguas que los lleven a una vida mejor, las guerras, el abandono de los que ya no nos sirven para nada,… ¿Es eso lo que sabemos hacer?, ¿dormir?... A esas horas de la noche, sólo estaba despierta la maldad,… Judas.
 
Jesús, se descalza y vuelve a rezar. Ya no está tan angustiado, sabe, que para volver al Padre, ha de morir, aunque se revele su naturaleza humana. 
 
Dios, le envió un ángel para que no estuviera sólo… ¡Nunca sabremos lo que le dijo!. 
 
Después, despertó a sus amigos, se descalzó y volvió a rezar; y fue tal su sufrimiento, que brotó sangre por todos los poros de su cuerpo, empapando la tierra.
 
El Huerto, a mi entender, es más que lo que llamamos Pasión, porque en La Pasión, el sufrimiento fue físico, pero en El Huerto, sintió la soledad y el abandono. Él llama al Padre, pero el Padre no le contesta, y Jesús, siente ese silencio de Dios, que tanto asusta a los hombres.
 
Cuando termina la oración, vuelve a despertar a sus amigos, para decirles, que el enemigo se acerca. 
 
Encabezando el pelotón de sacerdotes, soldados y otras gentes, está Judas, que lo entrega besándolo: “¡Salve Maestro!”, le dice. “¡Con un beso entregas al Hijo del Hombre!”, le contesta Jesús, y se deja prender.
 
A las tres de la mañana, a trompicones, con las manos atadas y una soga al cuello como si fuera un criminal, es llevado ante Anás, Caifás, Herodes y Pilatos. Este último, aunque no encuentra delito en Él, manda azotarlo para calmar al populacho. Fue azotado al estilo romano, sin límites de golpes, en todo el cuerpo. Respetan su corazón por miedo a que muriera allí mismo. Después, pusieron un casco de espinas sobre su cabeza, un manto púrpura sobre sus hombros y una caña entre sus manos; y Pilatos, lo enseñó al pueblo diciendo: “¡Ecce homo!, (¡He aquí al hombre!)”. Esperaba piedad, ante un hombre tan destrozado, pero el pueblo, azuzado por los sacerdotes, gritó: “¡Crucifícalo!”.
 
Entonces Pilatos, muy parecido a nosotros y por lo tanto, muy cobarde, se lavó las manos y dijo: “Soy inocente de la sangre de este hombre”; después, se dirigió a Jesús y dijo: “¡Ibis ad crucen!, (¡Irás a la cruz!)”.
 
Pusieron sobre sus hombros, un tronco de olivo de unos sesenta kilos de peso, y con pies vacilantes, este Especial Condenado, comenzó su camino hacia El Gólgota. Cae, le pegan, vuelve a caer, tiene los labios temblorosos y su mente de hombre está perdida. El centurión, obliga al cirineo a tomar el  leño, mientras sus pasos, son seguidos sólo por mujeres: Su Madre, María Magdalena, María de Cleofás y María Salomé, también, por sólo un hombre fiel, al que le pudo más el corazón que el miedo, Juan, el discípulo amado. Los otros diez, le habían abandonado.
 
El alma nos tiembla al pensar en este hombre, maltratado y caído tres veces en su camino hacia el lugar de la Calavera, para entregar su vida a cambio de nuestra salvación. Cuando llega a donde ha de ser crucificado, es despojado de sus vestiduras, que estarían pegadas en sus heridas, es atravesado por sus muñecas y sus pies con clavos de dieciocho centímetros. Ya nadie de los que lo acusaban, pueden temer nada de Él, el hombre, está bien sujeto. Está desnudo, y sólo en lo alto de la cruz, hay un rótulo escrito en hebreo, latín y griego, que dice: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Fue la única vez, en la que Pilatos fue valiente, al mandar escribir estas palabras, puesto que los sacerdotes querían que pusiera: “El que dijo ser, rey de los judíos”; pero el procurador dijo: “Lo escrito, escrito está”.
 
La gente, se arremolinaba para ver bien aquel cuerpo retorcido de dolor, oyendo el gotear de la sangre que resbalaba por sus brazos y pies, e iba empapando el madero y el suelo del Calvario. Pero… nadie sabía qué sangre era aquella, y mucho menos, de por quién se derramaba. Eran las doce del mediodía y era, LA HORA MÁS ALTA DE LA HISTORIA, ¡pero nadie lo entendía!.
 
La gente, se divertía insultando a aquel hombre tan herido. Se reían y decían: “¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!”. Los peores insultos, venían de los sacerdotes que disfrutaban con esta agonía.
 
Jesús, nunca se sintió más sólo, aunque al pie de la cruz, estaban algunos que lo amaban, como eran las mujeres y el más joven de sus discípulos. La soledad del Crucificado, es porque  estaba haciéndose pecado, para levantarnos sobre sus hombros de Dios y de hombre. Por eso, estaba voluntariamente desangrándose en una cruz, y perdonándonos, a quienes lo hemos puesto en ella.
 
Esto, es lo que yo pienso a grandes rasgos, cuando medito sobre La Pasión.
 
De la tercera Oración de Jesús, o sea, las Siete Palabras, quiero tan sólo decir, que un condenado a muerte, el Nazareno, nos dejó su Testamento de Amor en tan sólo Siete Palabras. Que siguen teniendo el mismo valor el día de hoy, porque Cristo, no ha terminado de morir, sigue muriendo cada día en las cárceles, en las riadas, en el mar, con la droga… y en todas las agonías. Pero Él, sigue diciendo: “AMAOS, VIVID Y TENED ESPERANZA”. ¿Lo entendemos, o seguimos sin comprenderlo como los discípulos?
 
Ya he dicho, lo que yo pienso de la Semana de Pasión que le espera a Jesús. Pero también, a continuación, quiero decir algo sobre la nuestra en particular.
 
La entrada de la Semana Santa, comienza con alegría, llegando Jesús a Jerusalén. Mañana, viene a nuestra Jerusalén particular, Cómpeta, como lo hiciera hace muchos años, montado en un pollino, dándonos, una lección de humildad. Nosotros, lo recibimos con palmas y olivos, como lo hicieron los judíos de su tiempo. También le cantaremos: “¡Hosanna!, ¡bendito el que viene en el nombre del Señor!”.
 
El Miércoles Santo, lo celebramos sacando en procesión a Jesús Cautivo. Es un hombre al que hemos humillado, cautivándolo de noche. ¡Somos tan cobardes, que no hemos sido capaces de prenderlo de día cuando hablaba, sino que hemos esperado, la oscuridad nocturna!... El Cautivo, es una imagen bonita, vestida de blanco. La música toca y va pasando por nuestras calles. Después, va Jesús Atado a la Columna. Está recibiendo los golpes materiales, aunque ya en Getsemaní, ha recibido otros tan grandes, como son, el beso de su amigo Judas y la huída de todos los que decían amarle y que le seguirían siempre. Este Cristo, atado y golpeado, es el Cristo de los Gitanos. Detrás, como siempre, va María, la madre. Toda la vida, tuvo un segundo lugar, pero aunque vaya la última, su corazón, va unido al de su hijo que le precede. Es la primera en dolor, junto al de este hombre tan destrozado. 
 
El Jueves Santo, celebramos la institución de la Eucaristía, por la que Jesús, se quedó siempre con nosotros en esa Casita Pequeña, que se llama Sagrario. También, tenemos el lavatorio de los pies, igual que hizo Jesús a sus discípulos. Después de estos actos, Jesús vivo, es llevado al Monumento, donde estará preso hasta su muerte. ¡Vayamos con Él, así, no se encontrará sólo, en horas tan difíciles!. Digámosle, que siempre le vamos a querer.
 
Por la noche, salen en procesión, Jesús el Nazareno, imagen preciosa a la que siempre ha estado mi familia muy unida y casi siempre, un miembro o varios de ella, la llevan. Es un hombre hermoso, como sería Jesús, con cara de dolor, porque no sólo va cargando una cruz, sino todos los pecados del mundo… y ¡son tantos!... Detrás, va María, que seguramente, iría secando la sangre de su hijo, pero aquí, es la imagen de una madre que llora, al hijo que va a morir.
 
El Viernes, nos despiertan las voces de nuestros hombres que llevan a Jesús en la cruz. ¿Pedimos perdón de corazón, o solamente ese día?
 
A las doce, vamos a las Siete Palabras, sólo dijo siete, no tenía que decir ni una más, para dar su Gran Testamento. Son tan grandes, que han perdurado en el tiempo y seguirán perdurando hasta el fin del mundo.
 
Por la tarde, vamos a los oficios y a besar la cruz vacía. Jesús, ya está en el sepulcro. Un sepulcro, cedido por José de Arimatea. Cuando terminan los oficios, El Sagrario queda abierto… Cristo, está muerto, nosotros, estamos solos, Él, no está.
 
Por la noche, vuelve a salir otra procesión. En primer lugar, va El Crucificado. Adornado con cuatro cirios y cardos silvestres, que hacen que la imagen luzca sobria y majestuosa. Y que también, nos haga pensar en el amor que Dios tiene al hombre, para mandar a su Único Hijo, a ser traspasado por sus muñecas y pies, y más tarde, aunque ya muerto, partido su corazón por la lanza de Longinos, hasta verter la última gota de sangre que  quedaba en Él. Detrás, va La Piedad. Verla, es conmovedor, porque representa una madre, que sobre sus faldas tiene al único hijo que han matado. A continuación, va El Sepulcro. Jesús, está quieto, callado, tranquilo. Todo lo ha hecho bien, como dijo desde la cruz, en su Sexta Palabra: “¡Consummatum est!, (¡Todo, está cumplido!)”. Cerrando la procesión, va Santa María Magdalena. Es la titular de la Cofradía a la que pertenezco. Va llevada por mujeres, porque nosotras, somos más cercanas al dolor, al dolor del hombre que ha muerto para que nosotros, podamos vivir un día en el cielo, y al dolor de la Madre, que abraza por última vez a su Único Hijo, al que hemos matado.
 
Al filo de la media noche, sale La Soledad. Va la Virgen sola, al pie de la cruz ya vacía, pues Jesús, ya descansa en el sepulcro. Las mujeres, van con Ella. Saben que la Virgen está desconsolada, pero nosotras, estamos a su lado, acompañándola en su dolor.
 
El Sábado, es un día de espera, es un día, en el que la ausencia de Jesús se siente, pero también, hay esperanza de que se cumpla lo que Él dijo: “Destruid este templo y lo reedificaré en tres días”. Por eso, de noche, vamos a la iglesia, llevamos desde la plaza el Cirio Pascual. Traemos la misma ilusión que sentía Magdalena, cuando aún no clareaba el Domingo y Ella fue al sepulcro. No sabía explicarse, cómo tenía esperanza, contra toda la desesperanza del día anterior. Ella, sabía que la losa que cubría el sepulcro era pesada, pero su amor, pesaba más que la losa, por eso, vio el sepulcro abierto y alguien le dijo: “¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?...”, era un ángel. Después, vio a un hombre y creyendo que era el hortelano, le dice: “¡Si eres tú el que se lo ha llevado, dime dónde le has puesto para que me lo lleve yo!”. Entonces, el hombre le dice: “¡María!”, y al oír su voz, supo que era Jesús, y Ella, sólo le dijo: “¡Raboni!, ¡Maestro mío!”, y quiso besar sus pies, pero el Resucitado le dijo: “NOLI ME TANGERE”, que quiere decir: “NO QUIERAS TOCARME, PORQUE AUN NO HE SUBIDO AL PADRE. VE Y DILES A TODOS, QUE HE RESUCITADO”. Ella fue corriendo a decir que ¡Jesús estaba vivo!, ¡que había resucitado!. Esto pasa aquí, cuando llega el gloria. La iglesia se ilumina, tocan las campanas. ¡DIOS, HA VENCIDO A LA MUERTE!, ¡HA RESUCITADO!.
 
El Domingo, sale la última procesión de la Semana Santa,  encabezada por El Resucitado. Es el Cristo triunfador de la muerte. Detrás,  va La Magdalena, va feliz y vestida de blanco, y por último, La Virgen, dichosa de tener a su Hijo vivo. Nosotros, también estamos contentos. 
 Aquí, termina mi Pregón. Este decir de palabras, que dicen lo que yo siento. Como hermana cofrade de Santa María Magdalena, quiero dedicarle a Ella, mi último decir.
 
Hoy, todos los que formamos parte de tu Cofradía, te pedimos a Ti, Negrita, como te llamamos cariñosamente, que  Tú que estás cerquita de ese Cristo azotado, caído y clavado en la cruz, pero también resucitado, que un día Jesús, nos llame por nuestro nombre como hizo contigo, y seguidamente, nos diga: “¡TANGERE!..., ¡TÓCAME!, PORQUE TE ESTOY ESPERANDO DESDE LA ETERNIDAD, COMO DESDE LA ETERNIDAD TE HE AMADO”. 
 
Gracias Jesús y María Magdalena. También, mis más sinceras gracias, a todos los que habéis seguido mis palabras.
 
María del Carmen Fernández García 
24 de marzo 2018
 

Octavio L.R.

Octavio López Ruiz

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