Pregón Candido Luis Pérez Cabra. 2011
“Hablando contigo, Señor”
Don Juan Manuel Ortiz, con su venia.
(Párroco de Cómpeta)
Ya llega la hora, ya llega el momento en que el hijo del hombre se va, como está escrito, como tiene que pasar.
Un año más, nuestro Señor Jesucristo tiene que morir y resucitar, para dejarnos ese gran regalo, que es vivir con fe, porque él está aquí en medio de todos nosotros.
El hijo del hombre se irá como estaba escrito, como también están escritas cada una de las páginas de nuestras vidas.
Ya faltan pocas horas para que la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor, llegue a los corazones de los Competeños, a las calles de un pueblo con encanto y magia, un pueblo que con ansia espera la gran fiesta de pascua, para celebrar de nuevo el mensaje grande de la Semana Santa.
“Cristo vive”
En esta noche tan especial, no quiero ni puedo empezar mi pregón sin daros las gracias a todos por estar aquí, por compartir conmigo este momento tan importarte en mi vida, también recordar a todos los que no pueden estar y aquellos que solo de alma presentes estarán, mandarles un beso porque estoy seguro que están en cualquier rinconcito escuchando atentamente.
Como no, darle las gracias de corazón a mis hermanos cofrades, por confiar en que mi voz pregone y de comienzo a nuestra Semana Santa Competeña, nunca podré agradeceros con palabras vuestra confianza y cariño depositados en mí, no solo hoy en este momento, sino todos estos años que llevo formando parte de esta gran familia, gracias.
No sé porque, pero sabía que algún día tendría que ser pregonero, sinceramente no esperaba que fuera tan pronto, creía que los años pasarían por mí y después del paso del tiempo y con la experiencia que da la vida os pregonaría una Semana Santa llena de vivencias, esas que solo pueden dar los años, pero como decía al principio las páginas de nuestras vidas están escritas y hoy es el momento en el que yo debo hablaros y pregonaros la semana grande, por eso esta noche quiero expresaros mis más humildes disculpas si no estoy a la altura, que un acto como este lo requiere.
Perdonadme si mis palabras, mi narrativa o mi rima no es la correcta, si mi entonación o mi voz no es la más certera para expresaros mis sentimientos y mi fe.
Aprovecho para presentar mi respeto y comprensión a los pregoneros de años anteriores, ahora entiendo la difícil labor de pregonar desde aquí arriba.
Los sentimientos encontrados que afloran las noches en las que se pierde el sueño pensando cómo y de qué manera expresar lo que Jesús nos dice en su pasión.
Trini también tengo unas palabras para ti, antes de todo gracias por tu presentación, sabía que sería especial, tu entiendes y conoces cual es mi labor dentro de la Semana Santa de Cómpeta, sabes de primera mano lo que sentimos aquellos que nos llamamos cofrades y camareros de nuestras imágenes.
Cuando me plantearon ser pregonero me gusto mucho que tu serias mi presentadora, compartimos dentro de la Semana Santa momentos que guardamos para nosotros, clavamos alfileres difíciles de clavar, ponemos flores a nuestros titulares, muchas veces a contracorriente sin haber aprendido en ninguna escuela, pero somos dichosos porque a pesar de todo, disfrutamos haciendo esta tarea. Es un honor compartir contigo este momento, gracias hermana Trini.
Y ahora si nuestra Semana Santa comienza, ya está todo listo y preparado, ya huele a incienso y cera.
Jesús resucitará de entre los muertos para estar aquí contigo y conmigo, para seguirle y quererle, para llenar nuestras vidas de felicidad, de calma y de fe.
Esta noche me gustaría invitaros a que cerréis los ojos por un momento, dejemos que nuestro corazón llore porque Cristo a muerto, que nuestras almas se llenen de alegría y esperanza por sentir presente un Señor que vive y que nos ama.
Señor, esta noche tengo que pedirte un gran favor, después de tanto pensar y pensar he llegado a la conclusión que mi pregón ha de ser una conversación contigo, no concibo hablar de ti, contarle a la gente tu pasión sin estar a tu lado, por eso deja que esta noche hablemos tu y yo, con esta simple llama que nos alumbra, con la única luz que desprende esta vela para que sea algo intimo.
Permíteme Señor orar contigo, que mi pregón sea una plegaria, una acción de gracias, porque hay mucho que agradecer.
Déjame que hoy hable contigo en voz alta que deshojemos pétalo a pétalo la flor de los sentimientos que hay en mí, porque la Semana Santa es sencillamente eso, sentimientos y fe; es esa verdad, esa necesidad de encontrarnos contigo, de morir para resucitar a tu lado, de sentirte más cerca si se puede, de acompañarte en el camino que solo tú hiciste, de sentir tu dolor, tu angustia, de consolar la pena de María, tu madre y también la mía, de acompañar a María Magdalena en el desconsuelo del abandono, pero también en la alegría de sentirte aquí vivo entre nosotros.
Señor, ya está todo listo y preparado, tus pies ungidos con nardo, palmeras y ramas de olivo para venerarte solo a ti, rey divino.
El pan y el vino en la mesa, la palangana, la jofaina y unos pies desnudos que esperan el agua santa.
Y en un rincón un madero, una corona de espinas, un trono sin rey, que pronto será ocupado.
Ahí está de nuevo el monte del calvario, ya está listo y preparado, la cruz y los clavos, el sonido estremecedor de un martillo, de nuevo un sepulcro vacio, el duelo porque te has marchado.
Pero mi corazón se queda en el huerto, esperando escuchar una palaba de ánimo, el consuelo del Padre. No puedes apartar tu cáliz Señor, no puedes, tienes que beberlo y todos nosotros y yo mismo tengo y quiero beberlo contigo, aunque mi conciencia no quiera, aunque pensar en el dolor me ahogue, tiene que ser la voluntad del Padre, como está escrito.
Que todo comience, que una vez más llegue ese veredicto injusto de tu juicio, que Pilatos lave de nuevo sus manos porque no está seguro.
Ya parece que es domingo Señor, quién lo diría, entre palmeras y ramas de olivo te aclamamos con gozo y alegría, y tú simplemente en un borriquillo sabiendo con pena, que todo acabaría.
En tu cara, el reflejo de la tranquilidad y la calma, el amor por los demás, en tu mirada el cariño, cariño que me hace viajar a través del tiempo y recordar cuando era niño.
Y cuantos recuerdos de niño, cuando primero en mi casa de la Calle Peligros y luego donde vivo ahora, nos preparábamos para la Semana Santa, con la inocencia y el desconocimiento de lo que significaba realmente aquella semana.
Esos recuerdos cuando mi padre preguntaba cada año a mi madre:
-¿Niña has recogió la capa?, ¿has mirao haber si tiene cera?
Y mi madre siempre respondía:
-Si Antonio ya esta recogía y esta colgá en la puerta para que pierda las arrugas.
Esa era la señal de que la Semana Santa llegaba a mi casa, la capa ya estaba colgada en alguna puerta y mi madre ultimaba nuestras vestimentas, afirmaba los botones y miraba cuidadosamente que todos los pespuntes que había cosido estaban bien afirmados, para que luciéramos nuestros trajes nuevos en el Domingo de Ramos.
Mis padres son el cimiento de mi fe cofrade, ellos supieron inculcar en mi, el amor y respeto por ti, por la semana de pasión y gloria.
Y con la inocencia de ser niño todo era alegría y esperanza, esa misma que hoy vemos en los niños cuando te acompañan.
Pero que dichosa es la vida y dichoso el destino hoy me veo dentro, preparando tu pasión intentando llevar a la gente tu mensaje de gloria y recordando mi ayer, llego a la conclusión que tu siempre has querido que este aquí, recuerdo también cuando era niño, que acudía muy temprano a la iglesia los días de Semana Santa, para intentar ver como se vestían las imágenes y como se preparaban los tronos; no sé si Angelita y Trini recordaran cuando yo venía y me pegaba al trono de la Virgen de los Dolores y les ayudaba a alargar claveles para arreglar los ramos, cuantos recuerdos vinculados a nuestra Semana Santa de Cómpeta, la de nuestras raíces, la de nuestros mayores, la nuestra.
Sin darnos cuenta Señor, hemos caminado por las calles de nuestro pueblo, convirtiéndolo en aquella Jerusalén donde tú entras triunfal, donde las palmeras ondeaban alrededor de ti, y unas voces sobre otras, gritan y te aclaman diciendo:
¡¡Hosanna en el cielo!! Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡¡Hosanna en el cielo!!
Pero la alegría, la felicidad de un día de festejo y de niñez termina, la ermita de San Antón será la alcoba donde tu corazón descansará solo un momento, porque la hora de la traición está teniendo lugar, treinta monedas, treinta monedas bastan para vender tu vida, y el final del trato, con un simple beso terminará.
Todo comienza Señor, el huerto de los olivos es testigo fiel de que amas al Padre sobre todas las cosas, la conciencia traicionera invade tu corazón, pero tu fortaleza y tesón de querer al mundo, hace que cojas con fuerza tu cáliz, que bebas de él, como tiene que ser.
Entiendo que broten de tus ojos lágrimas de pena, que tu cuerpo se bañe de un sudor de sangre, un sudor frio y diferente, pero yo como los demás discípulos ando dormido sin ni siquiera poder consolarte, sin ni siquiera poder vigilar porque vienen a prenderte.
Nos pasamos la vida en ese huerto, dormidos, queriendo apartar los cáliz que se nos presentan en la vida, nos pasamos la horas perdidos entre los olivos del huerto, haciendo caso a nuestra mala conciencia, porque nos da miedo pensar en el dolor, en el compromiso, intentamos mirar para otro sitio, no queremos beber aunque tengamos sed, ayúdanos Padre para entender y aceptar y perdónanos por flaquear en el camino de la fe y el amor a los demás, pero como tu dijiste en ese huerto:
“hágase tu voluntad”.
Se escuchan unos pasos con fuerza, suenan sigilosas las armaduras de los soldados, ya está aquí el cortejo, ya llega el hombre del beso, el beso que te convertirá en cautivo y preso, con túnica blanca, con rostro sereno de resignación y entrega.
Empieza el juicio, donde no hay abogado que defienda tu razón y tu verdad, con las manos atadas, como un malhechor, como un delincuente apresado simplemente con el delito de amar, caminando lentamente entre el frio y el clamor diferente, los que hace pocos días te veneraban, ahora quieren mandarte a crucificar.
En la soledad de la noche andando entre competeños, la Carrera hacía delante hasta entrar en Calle Toledo, tu rostro cambia al cansancio, sientes que la crueldad tiene que llegar.
Como quisiera ser soldado Señor, traicionar para poder quitar tus cuerdas heladas, darte libertad y porque no venganza, espero que mi cariño sea esta noche tu cuerda rota, que la fe de la gente sea el bálsamo que cure el roce de tu cordón, gracias por tus manos limpias, presas por querernos tanto
.
Perdónanos por no saber quitarte las ataduras de tu llanto.
Todo continua, detrás de ti promesas y agradecimientos, en tu espalda el peso de tanta manda. Cuanto, cuanto penitente sediento de fe, quieren acompañar tu morada, pies descalzos, ojos tapados para honrar tu mirada, cuantas historias de sentimientos encontrados siguen lentamente tus pasos para quererte, para pedirte y darte las gracias. A ti mi Cristo Cautivo, Cristo que nunca falla.
Perdido, pensando porque tanta injusticia hacia una persona, escucho unas voces que por rumbas, fandangos o flamenco cantan.
Atado a una columna, azotado como el más ruin bandido, ensangrentado tu cuerpo, pidiendo algo de misericordia al cielo.
Dentro de tanto maltrato una voz grita: ¡viva el moreno! Suenan unas palmas y unas voces roncas cantan para atenuar tu dolor.
Que sentir más bonito Señor, que manera más sincera de expresar la fe por ti, con el don que tú mismo le has dado, ellos quieren que tu pena sea un poco más pequeña si se puede. Con la humildad de cantarte quieren que las heridas de los azotes que dan a tu cuerpo pronuncien menos dolor.
No quisiera emocionarme al hablar contigo en este momento, no quisiera perder la voz al decirte mi Cristo de los gitanos, que tu mirada al cielo me pierde, sabes con certeza que está llegando la hora, que todo acaba, que no puedes caer porque sabes y sientes que tu madre mira de cerca la escena de tu pasión, y tú con fuerza de no sé donde, te mantienes erguido para no hacer sufrir, como aquellos que saben que su vida se acaba.
Esta noche no puedo ni quiero olvidarme de Don José María, nuestro párroco por poco tiempo, pero que supo dejar huella en la gente de las cofradías. No puedo olvidarme de él y de tantas personas que aun sabiendo que su final está cerca, son fuertes y se mantienen erguidos como tú mi Señor. Yo vi esa mirada perdida en Don José el ultimo día que nos vimos, pero él estuvo a la altura, valiente y contento porque estábamos allí, disfrutando del encuentro, disfrutando de vernos. Don José un beso cofrade para donde quieras que estés de este cielo tan grande.
El mismo cielo que mira María, la madre de todas las madres, la madre mía, Nuestra Señora de los Dolores con las manos abiertas pidiendo clemencia y consuelo para ti su único hijo, su hijo divino.
Mujer que dijo "SI" cuando podía haber dicho "NO", y el ángel buscaría a otra y no habría ningún pecado a los ojos del Señor, porque Dios conoce a fondo la debilidad de sus hijos.
Ella dijo:
-hágase tu voluntad.
Lo mismo que cuando sintió que recibiría, junto con las palabras del ángel, todo el dolor y sufrimiento de su destino; y los ojos de su corazón pudieron ver al hijo amado que salía de su casa, a las personas que lo seguían y que luego lo negaban, sin dudarlo,
-hágase tu voluntad.
Igual que en el momento más sagrado de la vida de una mujer, tuvo que mezclarse con los animales de un establo para dar a luz, porque así estaría escrito,
-hágase tu voluntad.
Madre que sabiendo que todo ocurriría, que su propio corazón, una espada atravesaría, que cada minuto temería por la vida de su hijo, ella siempre dijo:
-hágase tu voluntad.
Mujer que cumpliendo la voluntad del Padre, fue capaz de estar ahí hasta el último minuto.
Señor cuanta angustia, y desconsuelo, ya está dictada la sentencia, los que antes te seguían, los que te escuchaban cuando predicabas en el templo, hoy dicen que eres culpable. Sin tener bastante con los azotes, con haberte coronado con una corona de espinas, con haberte vestido de purpura, ponen sobre tu hombro el propio madero en el que has de morir.
Silencio, Silencio, no veis que está en el cancel de la puerta Nuestra Padre Jesús Nazareno, cargando su cruz, mirando hacia el suelo, silencio, silencio.
Cuanto duele verdad Señor, cuanto pesan los pecados del hombre, la salvación del mundo entero.
Cuanto duele, no la cruz, ni su peso, sino el desprecio, los que decían que te amaban, aquellos que te escuchaban, hoy te pagan con el peor de los pagos, el desprecio y simplemente por ser diferente, por querer a todo el mundo, por ser tu mismo, por predicar tu verdad, por seguir tu propio ejemplo diciendo:
“Amaos unos a otros, como yo os he amado”.
Que camino más largo Padre mío, que larga agonía que hacen que fallen tus fuerzas y caigas tres veces seguidas, levántate como puedas Señor, agarra fuertemente tu cruz, si te consuela de algo, ya queda poco camino, ya está cerca el monte de Calvario.
No mires para atrás, tu Madre, María Magdalena y tu hijo amado Juan, siguen de cerca tus pasos. Entre margaritas y claveles blancos tu Madre Dolorosa corre a tu búsqueda, pero la estrecha Calle Sevilla, la multitud de la gente hacen que no pueda estar más cerca, el palio que guarda su amparo roza en la esquinas, los balcones le cierran el paso, pero quédate tranquilo, nuestra madre sigue tus pasos.
Donde está el Cirineo, donde esta ese buen hombre que quite un poco del dolor de tu hombro, que quite un poco el peso grande de la cruz y el desprecio.
Mi conciencia me lleva de nuevo al huerto, aparta tu cáliz Señor, aparta de ti este tormento, pero no pude ser, ya llega la hora en que hijo de hombre se va, como está escrito, como tiene que ser.
Tu cuerpo abatido, destruido por tanta sin razón, por tanto maltrato, Señor ya llega el momento, ya falta poco para dejar de llorar.
Ya nos ha llegado Señor, aquí está ya la hora, ya esta tumbada la cruz, tu cuerpo sobre ella y el sonido del martillo rompe en mil pedazos mi corazón, tres clavos sujetan tu cuerpo, no quiero imaginar el dolor y tú en vez de callar y entregar lo antes posible tu espíritu, siete palabras pronuncias, para que queden por siempre presentes.
El cielo se torna oscuro, se viste de luto para tu final, guardan silencio los pájaros, deja de moverse el mar.
De tu boca:
-¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
Perdón para aquellos que te están haciendo tanto mal.
Después tú le ofreces lo más preciado al buen ladrón:
-¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!
El cielo como regalo, la vida eterna.
-¡Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre!
Nos entregas a tu madre y nos conviertes a todos en hijos de Dios.
-¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
La realidad está presente, hombre como todos nosotros, convertido en pecado quedas en manos de Dios para que se lleve a cabo la salvación del mundo.
Por un momento dices:
-¡Tengo sed!
Sed de amor por los demás, por querernos a cada uno de nosotros.
La hora nona, las tres de la tarde;
-¡Todo está cumplido!
Las escrituras están teniendo lugar, el hijo del hombre se va.
La última, la más dura, el adiós de la vida terrenal, tu viaje hacia el paraíso eterno.
-¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu!
Y entregando tu vida, te dejas morir para por fin terminar con tanto mal, para cumplir de lleno con la voluntad.
Incrédulos algunos, su tarea quieren acabar; y atravesando tu costado con la punta de una lanza, sellan tu muerte de una manera formal.
En Cómpeta el amanecer es testigo de la hora nona, el cantar del hombre, el llanto porque te has ido. Ya todo dolor y sufrir para ti, ha terminado.
Vestidos de luto con la pena de un día triste y largo, queda el trago más agridulce, el más amargo. Nuestra Señora de las Angustias guarda en su regazo, el cuerpo sin vida de su hijo amado, no hay momento más duro, no estamos preparados, verte sobre las piernas de María acurrucado en su pecho como cuando eras niño, como hace treinta tres años cuando nacías en aquel establo.
No puedo mirarte a los ojos madre, no puedo fijar mi mirada en la tuya, mi corazón se estremece, a mi mente imágenes tan duras; madres que pierden a sus hijos, convertidas en piedad, madres que tienen que sacar fuerza de donde sea, porque así está escrito, como estaba escrito Señor tu final.
Para llegar a ti madre mía, una escalinata con cirios encendidos, bien llevaba sobre los hombros humildes de unos hombres que puntuales a su cita contigo quieren portarte tranquila, meciéndote con cautela porque en tu seno guardas el tesoro frágil de tu vida; mirando al cielo perdida entre la tiniebla, el puñal clavado en tu pecho, un sudario blanco para poder cubrir el cuerpo de tu hijo, cuerpo rendido, amoratado, destrozado por tanto cruel castigo.
Ya solo nos queda rezar Señor, darte sepultura y paz.
Callarse, callarse por un momento, que esta de cuerpo presente, el rey de los cielos.
Como abrigo su pureza y para dar calor a su cuerpo, el consuelo de los que siguen su féretro.
Parece que está dormido, pero no es así, no es verdad porque está muerto. Ya termino todo, por fin terminó tu tormento. Llevado por la Calle San Sebastián, entre la oscuridad y el silencio, buscando ese sepulcro vacio, para poder darte entierro.
Acaba tu pena Señor y en este momento pienso en aquellos que de verdad te querían, tuvieron que andar turbados, perdidos porque tú, su Mesías, los había abandonado. Como nos sentimos todos cuando alguien querido se va de nuestras vidas.
María Magdalena sigue de cerca tu cuerpo, sigue de cerca tus pasos, con el cáliz en la mano, recogiendo la sangre que tu corazón iba derramando. Cinco lágrimas recorren su cara, cinco luceros brillantes porque ha perdido en este momento lo que más quería, su Señor, su Maestro. Solo una frase bastó para que esta mujer diera la vida si fuera preciso por ti, “Si nadie te ha condenado, yo tampoco te condeno”, solo una mirada de tu amor y el darle la oportunidad de poder cambiar. Ella es el ejemplo fiel de entrega, firmeza y amor.
Ya está bajando a la plaza, con dulzura y pasión, sobre los hombros de unas niñas que ansiosas esperan, el viernes de pasión, para cargar con valentía, la mujer que se convirtió, la que amada fue, y que amo.
La luna llena es testigo mudo de lo está pasando a nuestro alrededor, Nuestra Madre de los Dolores en su advocación de Soledad llora amargamente porque tú, lo único que tenía en el mundo, se ha tenido que marchar.
Esta noche, mujeres son las que a tu duelo quieren cantar, con respeto, sin demora y en mi mente de nuevo esas madres, madres que siempre están solas ante la verdad y la realidad.
Mi corazón esta partido, mi mente no sabe lo que pensar, que pasen pronto las horas, ya no quiero sufrir más, que termine pronto este duelo, que llegue esa noche que es diferente a todas las otras noches, que suene el pregón pascual, que pasen pronto las horas para poder celebrar.
Por fin se enciende el cirio, por fin la noche pascual, tu Madre viste alegremente, María Magdalena de claro está, dice que se ha acercado a tu sepulcro y que vacio lo encontró, y llorando porque creía que tu cuerpo habían robado, pudo descubrir que vivo te encontró, una vez más solo una palabra tuya bastó "María" y ella te reconoció.
Cuanta alegría Señor, el mensaje de gloria aquí esta:
"Cristo Ha Resucitado"
Tú has vencido a la muerte y estas con nosotros, como estaba escrito, como tenía que pasar.
Hoy quiero abandonar el huerto Señor, hoy quiero sentirme libre, beber del cáliz que tú quieras que yo beba, por fin morir y poder resucitar a tu lado, aceptar la vida como tenga que ser, como sea.
Morir no es nada, morir es un sueño amargo, que dura solo un momento, porque se apaga una voz, desaparece un cuerpo, pero la llama del amor sigue viva si nuestros corazones quieren. Si el recuerdo sincero y el querer siguen ahí presente, la muerte es solo un paso, solo un momento que durara el tiempo oportuno hasta que llegue el gran final del encuentro.
Gracias por dejarme estar hablando contigo Señor, que así quede presente en mi pregón el mensaje de tu pasión.
Gracias por poner en el camino de mi vida esta familia cofrade, hermanos ya de por vida, manos limpias que trabajan por ti, con humildad y con cariño.
Aunque mi labor termine algún día os digo, que siempre seréis parte de mi familia, hemos vivido tantos momentos juntos, compartimos nuestro sentir con tanta gente. Nuestros párrocos convertidos también en hermanos cofrades, Carlos, José Luis, José María, ahora tu hermano Juanma, cuantos sentimientos sinceros, vividos desde el corazón y la fe. Gracias hermanos porque he podido aprender y caminar junto con vosotros, desde el desconocimiento de la juventud en este camino cofrade. Gracias por dejaros querer y por quererme.
Ser cofrade Señor, no es ponerte flores, ni vestirte de gala, llevar tronos con pátinas de oro, ni de plata repujada, que no todo queda en bastones, ni estandartes bordaos, que ser cofrade es sentirte, morir y resucitar junto a ti, cumplir con la tradición de un pueblo, predicar de una manera diferente para así alimentar la llama de la fe por ti.
Gracias por hacer que María Magdalena llamara un día a la puerta de mi corazón. Que la mano que tocara el timbre de esa puerta fuera mi vecina Amalia.
Ella fue la que sin darnos cuenta me convirtió en cofrade.
Vecina siempre te digo que me acuerdo de ti, cuando el revuelo de la Semana Santa llega, pero te doy las gracias porque de alguna manera esta noche estoy aquí porque tú tocaste ese timbre, un abrazo de corazón para ti, tu marido y tus hijas porque os siento como algo mío.
Qué decir de María Magdalena que cada momento está en mi pensamiento y a la cual tengo gran devoción, la que me pide que honre su nombre y sea testigo fiel de su firmeza y amor.
Gracias Señor por poner junto a mí, y para ti, a Manolo, Carmela, María José, Mª Carmen, Aurora y Loli, ellos son parte de lo que soy y de lo que seré, forman parte de mi vida y siempre están en mi corazón, es un orgullo poder trabajar con vosotros por y para la Semana Santa de Cómpeta, gracias por compartir conmigo este camino cofrade y por querer tanto a María Magdalena, gracias también a vuestras familias que sin querer los convertimos en cofrades sin título, los involucramos en la Semana Santa, casi de la misma manera que nosotros, gracias a los familiares de mis hermanos de cofradía, por entendernos y ayudarnos en este sentir.
Gracias por poner en mi vida a mis padres, Antonio y Lucinia, mis hermanos de sangre Antonio y María José, mi cuñado Carlos, gracias por esas dos rosas blancas que florecen en mi jardín, que resplandecen por ti cada día, mis sobrinas María José y Raquel. Tenemos la mala costumbre de querer a medias, de no mostrar a veces, ni decir lo que sentimos a los que están cerca, por eso esta noche quiero deciros que os admiro y que os quiero. Vosotros sois los pilares de mí ser.
Gracias Señor por ser Pérez Cabra lo que significa, mi familia, mis raíces, por conocer a tanta gente y de tantos sitios y poder considerarlos amigos. A mis padrinos de bautizo Carmela y Emilio, gracias porque ellos dieron el primer paso junto con mis padres, para convertirme en Cristiano y como no agradecerte Señor, que en mi vida estén presentes Jose Manuel, Mª Carmen y mis niños, ellos saben lo que significan para mí.
Señor mi misión esta noche termina, ya tengo que callar y no puedo hacerlo sin despedirme del pueblo de Cómpeta, el que me vio nacer y el que llevo por bandera cuando me encuentro en otro lugar, despedirme de toda la gente que esta noche ha venido a escucharnos.
Como os decía al principio gracias por estar aquí, gracias por compartir conmigo esta oración, esta plegaria, esta acción de gracias que he intentado plasmar en mi pregón.
Pregón, decir de palabras
hechas de amor y de pena,
de alegría y esperanza
y de quejas de saetas.
Es el pregón de mi pueblo de Cómpeta,
un pregón que ríe y llora,
según llore o ría Dios.
( Mari Carmen García Fernández)
Como cofrade que soy no puedo retirarme de este atril, sin dedicar a mis cofrades de Cómpeta unas letras que dicen así:
Hermanos decía una voz popular:
Quien me presta una escalera,
Para subir al madero
Para quitarle los clavos
A Jesús el nazareno.
Una saeta, el cantar
Al Cristo de los gitanos,
Siempre, siempre con sangre en las manos,
Siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
Que todas las primaveras,
Anda pidiendo escaleras
Para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía,
Que echa flores al Jesús de la agonía,
Y es la fe de mis mayores,
La que consuela el ama mía.
¡Oh!, no eres tú mi cantar
No puedo cantar ni quiero
A ese Jesús del madero,
Sino al que anduvo en la mar.
Ya llega la hora Señor, ya llega el momento en el que tengo que apagar esta vela que nos dio su luz para que habláramos tu y yo, como se apagará mi voz para terminar con la labor que esta noche estaba escrita en la página de mi vida, pero espero Padre, seguir pregonando la Semana Santa de Cómpeta desde ahí abajo, callado, enredando mis manos entre encajes, telas y alfileres, entre flores de colores, escondido entre penitentes con capirotes, entre las notas de una banda con instrumentos relucientes, si hace falta poniendo con esmero la pureza que te cubre, encontrándote aquí en esta iglesia o simplemente siguiendo con un cirio, los pasos que tu andes.
Gracias.
Cándido Luis Pérez Cabra. PREGON DE SEMANA SANTA, Cómpeta 16 de Abril de 2.011.