Pregón Pilar López López. 2004
DÑA. PILAR LÓPEZ LÓPEZ
Buenas tardes a todos los que en este día habéis venido hasta aquí, para celebrar este acontecimiento con el que vamos a dar comienzo nuestra Semana Santa.
Cada año una persona de nuestro pueblo o que tiene alguna relación con él, prepara unas letras de las cuales sale el pregón, en este acto el presentador del pregonero es el del año anterior y le anima para que continúe pregonando su fe ante todos.
Es costumbre que estén aquí representadas cada una de las hermandades exponiendo sus estandartes bordados y presidiendo el acto, el cartel de la Semana Santa.
Faltaba menos de un mes, cuando D. José Luis, nuestro párroco, me dijo que por qué no hacía yo el pregón, pues las personas que había propuesto la agrupación de cofradías no podían prepararlo por cuestiones personales. Muchas veces me he preguntado ¿por qué acepté yo? En ese momento me sentí muy ilusionada y a la vez turbada, pero no fui capaz de negarme. ¿Cómo voy a hacer el pregón en tan poco tiempo? me preguntaba. La respuesta me surgió de inmediato, como cofrade que soy lo que tengo que hacer es hablar de lo que siento dentro de mí, de eso que forma parte de mí misma. Ser cofrade consiste en creer y creer en lo que se hace y eso me animó. No es nada fácil expresar esto con palabras, pero aquí estoy para pregonar nuestra Semana Santa cofrade.
Estoy convencida que el motivo que aquí nos congrega nada tiene de folklore, simplemente nos mueve a ello el amor, amor por nuestras tradiciones, la ilusión de conmemorar la pasión del Señor con la más profunda emoción y respeto, con la misma fe que nuestros mayores han sabido transmitirnos.
La representación de la Semana Santa por las cofradías es una realidad muy rica. Si bien es cierto que en los últimos años ha tenido un gran auge, me preocupa que pueda verse amenazada por la falta de fe de las nuevas generaciones. No podemos correr ese peligro de cortar esta correa de transmisión de vivencias religiosas.
¿Seremos capaces nosotros de transmitir a las generaciones jóvenes este tesoro de fe que recibimos?. Cuando defendemos manifestaciones de fe, religiosidad, de cultura popular, o sencillamente la escenificación de aquellos días de Pasión, Muerte y Resurrección, lo que hacemos independientemente de lo que cada uno piense y sienta en su interior, es conservar nuestras raíces, nuestras tradiciones. Un pueblo no es nada si pierde sus valores y el gran valor de nuestro pueblo es su religiosidad y su fe.
Tengo ahora la oportunidad de hablar de esa Semana Santa, criticada por toda esa gente a los que no les agrada la participación multitudinaria, el exhibicionismo de desfiles con tronos majestuosos acompañados por bandas de música, pero todo esto, sin duda, nos ayudará a descubrir el misterio en el que creemos.
El hombre para creer necesita ver y sentir, lo divino puede quedar oculto a nuestros sentidos, a través de lo humano, de las Imágenes, es más fácil comprender el misterio que representan. Es por eso por lo que la gente las quiere y las venera, no tanto porque sean bellas y artísticas. Durante la Semana Santa buscamos a Jesús y a su Madre por las calles de nuestro pueblo, queremos encontrarnos con ellos y contemplarlos, y que este encuentro nos ayude a convertirnos.
Los cofrades somos gente trabajadora, entregada, sin cuyas manos no sería posible sacar a la calle nuestras Imágenes. Hombres y mujeres que nos dedicamos con esmero, con afán, en los trabajos ingratos y en otro más gratificante como tener la suerte de vestir a María y a su Hijo. ¡Cómo puedo describir ese intimismo religioso que siente el cofrade cuando está a solas con su Imagen y le habla en silencio, sin palabras, solo con el pensamiento!
Quiero rendir tributo y mi reconocimiento a esa familia cofrade que tendrá que caminar junta, apretados codo con codo para hacer de nuestra Semana Santa la digna representación de la Vida, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, esos cofrades que se emocionarán al ver tanto dolor, tristeza y amargura durante los días de Pasión y que se alegrarán el día mas importante para el cristiano, el de la Resurrección.
No todos los cofrades que actualmente hacemos la Semana Santa tenemos alguna relación con la Imagen que sacamos en procesión, algunos hemos seguido los pasos de nuestros familiares que en su día desempeñaron la misma tarea y otros movidos por la inquietud o la necesidad se han convertido en cofrades.
Mi deseo cofrade es que no decaiga nuestro entusiasmo e ilusión por hacer que nuestra Semana Santa tenga cada vez mayor esplendor, que este trabajo sea el esfuerzo común de todas las cofradías, que seamos solidarios, que trabajemos con espíritu positivo y de hermanamiento, que no haya lugar para la crítica o la descalificación.
Cuando acaba la Semana Santa el cofrade se siente satisfecho por el trabajo realizado, orgulloso por ver cumplida la ilusión, el deseo de perfección para el próximo año, la sana rivalidad que nos estimula a mejorar, la devoción auténtica del que en algo cree y cree de verdad.
Para todos esos costaleros, que un año más se han propuesto ser fuertes y aguantar tanto como El aguantó, todo mi cariño, mi agradecimiento y reconocimiento a vuestra labor, una labor maravillosa, pues sois vosotros los que ponéis el andar a nuestras Imágenes para que puedan salir en procesión por las calles del pueblo, a esas Imágenes que sé que amáis con profundidad, no importa como, pero sé que vuestro amor es grande. El sudor, el cansancio, la angustia, os va purificando y os sentís unidos a ese Jesús que sufre y que en vuestros hombros triunfa. Pero me gustaría que no os quedárais solo en llevar unas Imágenes a cuestas, sino que sea este el cariño que os conduzca a un encuentro con Cristo y a una verdadera vida cristiana.
-Aquí estoy un año más, dispuesto a cargar contigo Cristo, dispuesto a llevar también a tu Madre, porque solo así tendré fuerzas para seguir adelante.
Y ahora me vais a permitir que os abra mi corazón y dé rienda suelta a mis sentimientos acompañando a cada una de nuestras Imágenes en su recorrido.
El Domingo de Ramos se sueña todo el año cuando se es niño y permanece en nuestro recuerdo para siempre.
Lo recuerdo de niña, como un gran día de fiesta en el que había que estrenar alguna ropa, por aquello del dicho popular, ”el que el Domingo de Ramos no estrena algo no tiene mano”, la ilusión por llevar una palma amarillenta o alguna rama de olivo para acompañar a nuestro Señor Jesucristo sobre una pollinica, en su entrada triunfal en Jerusalén.
Como cada año iremos hasta la ermita de San Antón, para bendecir los ramos y después entre el bullicio y algarabía de la gente menuda, miembros de nuestra comunidad nos acompañarán con sus cánticos: -Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor-, hasta llegar al templo.
Toda la gente está alegre, y unos costaleros muy jovencitos están preparados para llevar a hombros a Jesús. Al contemplar su rostro me parece que El también reparte sonrisas, pero no sé..., hay algo en su mirada que me sobrecoge el alma. Me parece como si de vez en cuando mirara hacia atrás, para asegurarse de que no está solo.
Después de esta procesión un sentimiento nos inundará centrándonos en que estamos viviendo el preludio de lo que iba a sufrir por nosotros. Lo descabalgaremos de su montura y lo ataremos llevándolo cautivo.
Llegó la noche y vamos a acompañar a Jesús y a su Madre por las calles de nuestro pueblo.
Dentro del templo los costaleros bien trajeados y con sus guantes blancos están preparados para cumplir un año más con su “manda”. Hay expectación en la plaza. El Cautivo va a salir. En tu juicio Señor, se saltaron las leyes, todas las normas y la gente se pregunta, ¿por qué atado y cautivo? ¡Si es mi Cristo!
Vuelvo a sentirte ahora, cuando te acercas con tu andar poderoso y perfecto, con tu túnica blanca y tus manos atadas y mis ojos van detrás de Tí en un ardiente deseo de seguirte, de acompañarte por los senderos tenebrosos del dolor sin sentir ningún temor por que Tú vas conmigo.
A tu paso Jesús Cautivo vas levantando uno a uno a todos los competeños que sostienen las cruces de sus incontables sufrimientos.
Los enfermos, los marginados, los perseguidos, los necesitados, la soledad de los ancianos abandonados, la inocencia lastimada de los niños, los que sufren las consecuencias de las guerras y el terrorismo, estos son la verdadera imagen de este Jesús Cautivo, que cada Miércoles Santo nos muestra en su rostro la cruel bofetada de nuestra indiferencia. Todos estos Cristos son el gran fracaso de nuestra sociedad que se cree solidaria y cristiana.
Difícil será poder aguantar mis sentimientos ahora que me dispongo a hablar del Cristo de la Columna, difícil será que no afloren a mis ojos lágrimas de emoción contenida.
Maniatado, desnudo, fijo a la columna, con la mirada levantada hacia el cielo, mostrando en tu rostro una sublime expresión de dolor y con la grandeza del Rey de los judíos.
Tu rostro Jesús ha pasado de la serenidad a la profunda tristeza. Adivino en tus ojos una intensa pena, cansancio, una profundidad absoluta. Padre Jesús azotado imagen desgarradora y expresión de sufrimiento callado por nosotros.
Tu boca entreabierta parece pedir perdón para los que te azotan, para los que te ofenden, para los que te escarnian.
Cómo explicar el derroche de amor y pasión de ese grupo de costaleros. Y a sus cofrades, un grupo de gente entregados y dedicados a poner a su cofradía en el lugar que le corresponde y que cada año acompañan “al Moreno” con sus guitarras y sus cantos alegres con la intención de aliviar su dolor.
Se nos presenta ante nosotros una hermandad rescatada por el trabajo de unos pocos, que a pesar de los inconvenientes siguen alentados por la imagen de la Magdalena, gente muy joven, valientes, ilusionados, con el mayor entusiasmo que se puede poner para sacar en procesión a esa mujer arrepentida, a la que Jesús quiso perdonar sus pecados porque había amado y que fue la primera persona a quien se apareció Jesús Resucitado y ella misma anunció a los discípulos.
¡He visto al Señor!
Ella fue una de las mujeres que acompañó a Jesús camino del calvario y luego permaneció junto a la cruz. Ella preparó perfumes y ungüentos para ir al sepulcro después del sábado.
Su vida nos hace patente la misericordia de Dios, que no mira la cantidad de nuestros pecados, ni la gravedad de ellos, sino el arrepentimiento que tengamos en nuestro corazón. Ella nos da a conocer el Perdón Infinito de Dios. Ella nos enseña la necesidad de convertirnos, la necesidad de amar a Dios.
Quiero dedicar unas palabras, especialmente a las costaleras de María Magdalena, tan capaces como los hombres, con tesón, amor y constancia, superando obstáculos, con la ilusión de su juventud puesta en lo que hacen, han aprendido en muy poco tiempo a llevar con mimo y amor a la pecadora que se convirtió cuando conoció a Jesús.
¡Qué contenta te sentirás cuando ese grupo de jóvenes, un año más, se abrace a tus barales para procesionarte!
Siempre te recuerdo Jesús saliendo del templo, llevando sobre tus divinos hombros, la pesada carga de la cruz, con mil espinas rodeando tu frente, vistiendo morada túnica, el cuerpo encorvado, triste, dulce y serena la mirada. Siempre hemos visto la llaga de tu costado pero nunca se nos ha mostrado, Jesús, la llaga que la cruz hizo en tu hombro.
Este, nuestro Jesús Nazareno parece un hombre que ha aceptado serenamente el sufrimiento, que conoce su destino fatal y lo acata con serena actitud y que parece reconfortado porque todo este sufrimiento no es baldío.
Sus manos cogiendo la Cruz parecen no hacer fuerzas para agarrar el madero, sino palparlo y acariciarlo.
Sus pies desnudos recuerdan la desposesión total, la desnudez radical con que Jesús se enfrenta a la muerte.
Los costaleros, que quieren parecerse a Él, visten de morado, templan su paso y el armonioso conjunto mece suavemente el trono donde va nuestro Padre Jesús.
Acompañado por un gran número de devotos va nuestro Señor agarrado a la cruz, cada uno le pedirá, en voz baja, casi susurrando que les dé su bendición, que les ayude a conseguir las cosas que les ilusionan, que les alivie su dolor y sus penas.
Otros, seguirán su paso en agradecimiento por tantas cosas recibidas, por problemas resueltos, a lo largo de este año, por súplicas atendidas. Acompañado por todo tu pueblo derramarás tu perdón y gracia entre todos los que contemplamos ese humilde rostro.
Jesús Nazareno, levanta un poquito tu mirada y ayuda a estas gentes de Cómpeta para que sus cosechas sean buenas, para que el trabajo no falte, para que la paz se quede siempre con nosotros.
Me gusta verte señora de los Dolores acompañando por las calles a tu Hijo llevando su cruz. Tú que le acompañaste en la vida, le acompañarás también en su muerte, con el corazón bordado por el sufrimiento, con el alma bañada en llanto, silenciosa, sigues los pasos doloridos de tu Hijo al que llevan preso para matarlo.
Todo se quedará paralizado, el tiempo, el espacio, la palabra, la música, el silencio, cuando aparezca ante nuestros ojos ese majestuoso trono en el que cada año sales a la calle derrochando dulzura, demostrando que todos los dolores del mundo unidos, no serían comparables al dolor y a la pena de ver a tu Hijo partiendo hacia el camino del calvario. ¿Qué cosa más meritoria puede darse y que más nos enriquezca en esta vida que sufrir con paciencia nuestras penas?
Cada año cuando se cierran las puertas del templo nos queda grabada e impresa la belleza de tu rostro bajo palio, tu expresión serena, tu mirada de paz. Porque no hay otra como Tú, que pueda llevar en su semblante, con la entereza de una madre dolorida todo el sufrimiento y la soledad y el silencio de la pasión de Cristo y de los hombres. Porque sólo en Tí puede descansar la violencia y la guerra de este mundo, en la azucena piadosa de tu rostro que nos regala cada Jueves Santo la alegría de tu victoria.
A todos los artistas que han esculpido la cara triste, llorosa y afligida de la Madre de Dios, se les ha ocurrido esculpir dos lágrimas vertiéndose por el ángulo interno de sus ojos. Esas lágrimas son el fruto del dolor del momento, incontenidas y necesarias. María sigue llorando y vertiendo lágrimas también en nuestros días.
Madre de los Dolores, Tú que fuiste luz, consuelo y refugio en un momento difícil de mi vida, espero que lo sigas siendo, alumbrando a todos tus hijos.
El Viernes Santo, el pueblo te canta y te mece al amanecer porque quiere calmar la angustia y el sufrimiento de tu rostro divino, ensangrentado por las espinas que se clavan en tus sienes y que conmueve los corazones de quienes te contemplan.
Un manto de lirios morados o de claveles rojos, será el soporte del Cristo Crucificado, que gracias al tesón y a la constancia cofrade volvemos a verlo en toda su majestuosidad a hombros de sus costaleros, los mismos cada año.
Cristo está en la cruz, que para el cristiano es consuelo, fortaleza, esperanza en los momentos de mayor dolor y en todas las dificultades de la vida.
Te he mirado Jesús Crucificado y el alma se me ha encogido, tu cuerpo, tus brazos, tus piernas sin vida me han hecho sentir un profundo dolor, pero al mirar tu rostro Jesús, ¡qué nudo se me ha hecho en el pecho! Esas gotas de sangre que manan de tu frente son las últimas que estuviste dispuesto a dar por nosotros. Ese sudor sobre tu rostro pálido, tus ojos caídos prácticamente cerrados, tu boca, que acaba de exhalar el último aliento, ha quedado marcada por el dolor.
Hoy solo nos queda el silencio al contemplar la voluntad del Padre, ya no habrá más humillaciones y sufrimiento. Mirando tu rostro busco respuestas a las mil enfermedades, incomprensiones, rencores y envidias y solo te veo a Tí, siervo, obediente, sumiso, quien llegada la hora aceptastes tu cáliz de dolor cargando nuestra cruz. Gracias Cristo, Amigo mío.
Tú que antes de morir nos entregaste a la Madre de las Angustias como consuelo y herencia, no permitas que sigamos desamparados.
Madre de las Angustias, Tú que amamantaste a tu Hijo en tu regazo, hoy lo tienes en tus brazos, desnudo, amoratado y muerto y lo acurrucas tiernamente bajo tu pecho y aunque la cruz gritará pronto su triunfo, bajo sus pies clamas al cielo. Y tus ojos llenos de dolores lloras angustiada pero no buscas pañuelo para secar tus lágrimas, solo el momento en que pasar ese duro tormento.
Dios te salve a Tí que tomaste de la muerte de tu Hijo la fortaleza y diste al martirio el esplendor de la majestad en el sufrir, al ver lo que todos los hombres están haciendo con tu Hijo, cuyo pecado más grande ha sido darlo todo por nosotros. Que tus penitentes enjuguen las lágrimas de tus mejillas del llanto de tus pesares y compartan tus dolores con su callado silencio.
El pueblo se estremece en la noche del Viernes Santo, es noche del Santo Entierro, el Santo Entierro de Cristo, que convoca a todo el pueblo, que asiste con silencio y recogimiento.
El sepulcro con Cristo Yacente, ya está en la calle. Estás muerto pero no estás solo, tu Madre te acompaña y también todo un pueblo que reza y pide perdón por la parte de su culpa en la tragedia.
No queremos enterrar a Cristo deprisa, queremos dar sepultura a Cristo con respeto, con la solemnidad que merece el mayor de los nacidos, el que vivió proclamando la doctrina del amor y el perdón.
Cuando ya todo ha acabado, cuando la pasión toca a su fin, todo está dicho. Quien tuvo que hacerlo, lo hizo, y ahora descansa. Nunca una pena tuvo tanta alegría, nunca un hombre sufrió tanto por los hombres.
He visto en tu rostro abatido, en tus ojos cerrados, en tu palidez, en tu cuerpo inerte, en tu sangre helada, la esperanza, la vida que pronto resurgirá para los hombres.
En esta hora de Viernes Santo, después de bajar a Jesús de la Cruz, después de arrebatar el cuerpo de Jesús de los brazos de María para darle sepultura, en este último instante de contacto físico entre la Madre y el Hijo, Cómpeta desfallece, no puede dar más, lo ha dado todo y necesita ahora el consuelo de María. Tú que hasta esta tarde eras Dolores, serás llamada ahora Soledad. Soledad desgarrada ante el dolor, Soledad sin tu Hijo crucificado, Soledad de este mundo hecha pedazos.
Al llegar la media noche Cómpeta encuentra el anhelado consuelo en la extraordinaria belleza de su Virgen de la Soledad, en las lágrimas que corren por sus mejillas y en los Dolores que atravesaron como un puñal su corazón de Madre y encuentra también el refugio y amparo, en esa cara bonita, que la pena y la soledad colmaron de una belleza única que embelesa y cautiva, que te deja absorto y prendido en su mirada.
En ella encuentran consuelo todos los que sufren la soledad, el dolor y la ausencia porque perdieron a sus seres queridos.
Las mujeres te acompañan con cánticos y oraciones, esas que te han seguido cuando tu belleza era deslumbrante, quieren seguirte ahora que estás sola y apenada.
Nuestro compromiso cofrade, el amor hacia nuestra Virgen de la Soledad, nos llama a estar presentes en la soledad de nuestros mayores, de nuestros enfermos, de los inmigrantes que viven entre nosotros, de nuestros vecinos...
Ha llegado un día radiante y espléndido que trae consigo la buena nueva más grande que jamás hayamos oído los hombres.
Jesucristo ha vencido a la muerte.
¡Que repiquen a gloria todas las campanas de la torre! ¡Que anuncien la gran noticia! ¡Que Jesús ha resucitado!
Difundid la noticia por todo el pueblo, a los que creían en Jesús y a los que no creen en Él. Que se sepa en nuestras calles, en nuestros campos, que no es vana nuestra fe. Cristo se levanta triunfador de la muerte.
Si Cristo no hubiese resucitado, el pecado habría triunfado sobre la virtud, si Cristo no hubiese resucitado la muerte habría vencido a la vida. Pero Cristo resucitó y esta es la única razón de la Semana Santa, sin ella todo sería una trágica representación.
Atrás queda la tristeza y el dolor, ya no hay amarguras, ni soledad, en nuestros rostros se refleja la alegría de que Jesús vive y de Él fue la victoria. El rostro de Jesús Resucitado es ahora un rostro de vida, de amor, de alegría, de perdón. Rostro de paz. Jesús aparece ante su Madre simplemente con los atributos de la Gloria.
En este día los “quintos” están dispuestos para llevar a María, que hoy ya no lleva el velo negro del luto sino que se eleva en sus sienes el velo de la alegría, en este domingo María está radiante y por eso sus costaleros la llaman ¡Guapa!.
A esta procesión deberíamos darle mayor relieve, más esplendor, que asistieran las autoridades, los representantes de todas las cofradías con sus estandartes y junto a los demás fieles festejar con júbilo la celebración alegre y gozosa de la Resurrección.
He querido con este pregón anunciaros la llegada anual de Jesucristo a nuestro pueblo y transmitiros un mensaje, un mensaje de esperanza.
Ahora solo queda que cada uno de nuestros corazones viva en su interior la Semana Santa como ha de vivirse.
Ahora solo queda que nuestros corazones sean verdaderamente corazones de hermano y vivamos conforme al ejemplo de Jesús, no hoy, ni mañana, sino durante todo el año.
23 DE MARZO DE 2004